domingo, 23 de noviembre de 2008

TODO SE VA

No sé ni cómo decirlo.

Todo a mí alrededor y desde que me conozco es como una burbuja de jabón. Nada dura. Solo mis ensoñaciones, ellas son las que me acompañan siempre. A veces quiero creer que existe la generación espontánea y, que también se da la desaparición espontánea. "Lo que por agua viene por agua se va". Si, todo como viene se va.

Mis años de niña, muy niña. Aquellos en los que de frente vi la felicidad, fueron certeros. Esos, se fueron, pero dejaron un archivo gigantesco de recuerdos. Dulces recuerdos. Recuerdos que acapararon mis sentidos, mis emociones y mi mente. Marcaron en mi retina los colores. Tonos de verdes, matices de oro, desde el más brillante hasta el más opaco ocre. Rojos y tonos de violeta. Sí, todos los colores y sus gamas, porque era la belleza natural del campo, ahí no más, junto a mi piel. Era solo estirar la mano.

Ahí no más, los olores primitivos. El olor del humo de la leña seca, ardiendo de amor cociendo los deliciosos alimentos campesinos. El olor de la tierra mojada por la lluvia que acababa de pasar. Tarde frescas y limpias. Y, después, cómo me deleitaba con el barro suave que se formaba donde caían las goteras de los canales del tejado. Se formaba una pomada que me encantaba, era una pasta manejable, que en mi condición de niña, amasaba una y otra vez. Con ella armaba todo un mundo que en mi mente se gestaba y mi imaginación promovía.

Las hojas de unas plantas crasas, muy tiesas, eran mi gallinero. Sí, eso eran. Arrancaba hojas de todos los tamaños y las acomodaba boca abajo y así me parecía que al frente estaban el gallo, la gallina y los pollitos.

Oía el canto de los pájaros y me extasiaba con su plumaje multicolor. Era la plenitud, pero yo no lo sabía. Y en mis recuerdos también están las pequeñas culebras "rabo de ají" que se retorcían encima del polvo colorado y caliente, al medio día, en el patio de la finca donde nací. Yo no conocía el miedo, apenas tenía unos cinco o seis años y no sabía que el tal reptil es uno de los más venenosos de Sur América ¡Qué iba a saber!

Pero un día a mi casa se asomó monstruosa, la muerte. Ella se llevó a mi padre. No sabía que era eso. Lo supe cuando crecí un poco más. Vino y se acomodó a nuestro lado. Se fueron los olores, los colores, los dulces sonidos, los cantos de los pajaritos. Todo quedó en el archivo de mi memoria. Se instaló en mi mente. Y allí ha estado siempre. Es mi mundo paralelo y de él me alimento.

El tiempo siguió su curso y, junto a él mi vida. Se fueron los días felices de mi primera infancia. Nos arrancaron de la tierra para llevarnos a la ciudad.

En la tierrita éramos papá, mamá e hijos, pero de la noche a la mañana eso desapareció. Crecimos alrededor de la abuela, en una casa de la ciudad.

Ya no estaba mi padre.

En el campo el espacio abierto a plenitud era nuestro diario vivir. En la ciudad la vivienda se me antojaba un cajón con compartimientos. Un cajón sin la luz clara del sol, sin los aromas de las flores de los azahares de los cafetales, parecidos a novias vestidas de blanco; sin los verdes de los cañaduzales, sin mis gallinitas de hojas crasas, sin el sabor deliciosos de los jugos naturales que mi madre nos daba a la media mañana. Eran deliciosos entredías: bananos maduritos y dulces, majados con las natas de la leche o, zanahorias ralladas y mezcladas con bananos y leche fresca; jugo de remolacha y naranja, o de tomates de mesa. Deliciosos. Todo quedó atrás y nosotros recogidos en un cajón. A ese cajón las gentes de las ciudades les llaman "casa".

Allí empecé a entender muchas cosas, por ejemplo, que ya no éramos dueños de nada. Entonces agarré mis sueños, los apretujé tanto como pude, tanto, que aún hoy no los he soltado. Durante años los he apretado tanto que los he fundido en mí. Siguen vivos, cada vez están más vivos.

No anhelo riquezas, solo libertad. Nada de ataduras. Mis sueños siempre claman por su libertad. Es imposible contenerlos. Hoy se han desamarrado y atropellan mi interior.

No respondo.

Pobre de mí.

¿Como amansar al corcel?

¡Qué importa ya nada!

Que salga lo que deba salir. Que salgan el día y la noche. Qué salgan ángeles y demonios. Que después de la tempestad viene la calma.


Ana Lucía MOntoya

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Las ofensas...



Una agresión, una arrogancia, un agravio o un insulto,
surgen de la debilidad del agresor.Puedo ver su angustia, su soledad, su miedo, su vacío.Puedo ver su tristeza, su dolor, su frustración, su envidia
su resentimiento y su menosprecio.
Hoy... me siento inmune a esas ofensas . No cedí a las provocaciones.
Las ignoré con el corazón quebrado.
Entiendo que solo deseaban dañarme
sentirse mejor ,
y comprendí la mezquindad
de esas personas Aprendí a maniobrar mis emociones.
Dando luz a quienes me arañaron el alma.

MARGA®

www.margaseoane.blogspot.com

No somos seres humanos pasando por una experiencia espiritual...Somos seres espirituales pasando por una experiencia humana...Teilhard de Chardin

www.porloschicos.com

lunes, 17 de noviembre de 2008

Pensamientos I

Quisiera no precisar de tu amor, no necesitar desesperadamente amar a alguien, no temer tanto a la soledad. No puedo aislarme, la esencia me grita la premura de escuchar otra voz que no sea la mía, sentir otras caricias que no provengan de mis manos, razonar otras ideas que no sean las de mi pensamiento.

Y sin embargo... soy esclavo. Cadenas invisibles me atan a tu cuerpo , a tu respiración, a tus sueños.

Y maldigo. Odio esta condición humana que me obliga a estar con alguien aunque no quiera, a sufrir no sólo por mí sino por quién amo y no deseo perder.

Estoy solo. La unitaria condena que no se comparte, ni se desliga, ni se elige. Y la corriente me lleva a esa playa solitaria donde lo dulce se mezcla con lo salado, donde la sed es tanta y se está rodeado por océanos.

Así, esclavo..disfrutando el amor ...y el miedo.

Liliana Varela 2008

martes, 4 de noviembre de 2008

ALMAS NO GEMELAS

Primavera , pero primavera atroz , amarga , gris. Llena de dolor , de ansias de alivio , de ansias de alguien, de ansias…de amor.

Primavera muerta de caricias , de besos …de abrazos.

Día nebuloso , quieto, oscuro.

Desde mi ventana observo la calle, pienso en la esquina de siempre y allí imagino cómo me espera él , aguardando desesperadamente solo.

Almas no gemelas , la de él y la mía , con la coincidencia de la soledad… únicamente.

Soledad que nos invade a ambos en el deseo paciente, prolongado ,insatisfecho , inquebrantable , lánguido , sin final ni principio, sin desaliento, ni esperanza ; que muere de cansado y renace de su propio agotamiento.

Deseo imperecedero de tener nuestras bocas unidas en un prolongado beso , interminable.

Ir por la vida con una sonrisa, despreocupados , hacia un final por ventura inevitable: casarnos.


SUSANA RODRIGUES TUEGOLS

Copyright ©

domingo, 2 de noviembre de 2008

Crónicas montevideanas

En un intento desesperado por compensar mis ausencias, copio unas
crónicas de mi reciente viaje a Montevideo, escritas originalmente
para otra lista. Perdón, pero es que ya no sé qué corno enviar,
jaja!! Espero que esta historia verídica les resulte amena.

Día 1:

Salimos a las 9.30 hora argentina en el el buque Eladia Isabel, que
es como un edificio flotante. Mi hija Clara, obviamente fascinada,
me llevó de gira por todo el barco y hasta pretendió colarse en
primera clase, al más puro estilo Leonardo Di Caprio. El sol rajaba
la tierra, así que nos instalamos a asolearnos y tomar tragos (los
de ella, sin alcohol, que no los míos) en la cubierta exterior; la
que, al poco rato, daba la impresión de un barco de refugiados, con
todo el mundo tirado por allí haciendo lo mismo. Más tarde me
percaté de que el interés de mi hija no era tomar sol (como
es "emo", no muere por broncearse) sino que ya le había echado el
ojo al barman y no había quien la arrancara de la barra. Estimulada
por su ejemplo, se lo eché a mi vez a un muchacho muy interesante,
que resultó estar acompañado de una pelirroja que no valía nada. Un
desperdicio.
Así, entre música y show de botellas, pasamos las tres horas del
cruce, con esporádicos tours al baño y a la cubierta interior para
intentar dormir un poco. Pero el amor es más fuerte, así que siempre
volvíamos al aire libre. Allí Clara consiguió que le rellenaran
gratis su vaso de licuado y que el barman le diera su dirección de
msn.
Uno de nuestros tours, por supuesto, fue al free shop, atestado de
gente. Allí Clara demostró que los intereses materiales pueden a
veces más que el amor, porque estuvimos como una hora dando vueltas
hasta que la niña se decidió. Yo, por mi parte, me decanté por una
oferta de caviar alemán y volví a la cubierta en busca de un poco de
aire fresco.
Llegamos finalmente a Colonia con algo de retraso y tomamos el bus a
Montevideo, donde pudimos finalmente descansar un poco de tantas
emociones.
Tuvimos la grata sorpresa de descubrir que el hotel era de 4
estrellas. Nos instalamos y procedimos: yo a intentar el contacto
telefónico con mi amiga Maisa, a quien conocí por internet, para
gestar el proyectado encuentro que nos arrancaría de la virtualidad;
y Clara a toquetear todo y saquear el frigobar.
A eso de las 7 hora uruguaya se produjo el encuentro de las dos
potencias: Maisa apareció en la habitación, donde por fin nos
abrazamos y estudiamos el itinerario y las actividades
subsiguientes. Mi amiga, precavida, hasta llevó un itinerario
turístico por escrito, en inglés, obviamente (es traductora). Ya
anochecía y, como estábamos cansadas, la decisión común fue un city
tour en auto y cena posterior.
Partimos al mando de la capitana y abordamos su Fiat Uno, que bien
merece el nombre de "bólido verde" (en referencia al mío, que fue
bautizado hace un tiempo como "bólido rojo"), e hicimos a toda
velocidad un circuito turístico nocturno que abarcó los principales
puntos de la costanera montevideana.
Recalamos finalmente en un restaurant, "Che Montevideo", donde
reparamos fuerzas con unas lasagnas y unos raviolones de salmón con
salsa de frutos de mar (yo, porque Maisa no prueba nada salido del
agua) que estaban espectaculares. Luego decidimos (sospecho que para
sorpresa de Maisa, que me hacía mucho más deportiva y caminadora de
lo que soy) ir a descansar hasta el día siguiente.

Día 2:

Con el horario cambiado y el ritmo biológico por el piso, me
desperté a las 7 de la mañana hora uruguaya, es decir las 6 hora
argentina. Resignada al insomnio, decidí darme un baño y dedicarme a
los menesteres del cuidado personal. Una vez acabé, desperté a Clara
(trabajo me dio) para desayunar.
Bajamos al segundo piso –estábamos en el tercero-, donde dimos buena
cuenta de unas exquisitas medialunas, fiambres, tarta de jamón y
queso, café con leche, manteca, mermelada, jugos varios, yogur y
etcéteras. Ocupada dándole al diente, no me percaté de que Clara
flasheó (como dicen los jóvenes) nuevamente, esta vez con uno de los
mozos del hotel. Cuando lo advertí, ya era tarde y tuve que
cambiarme de lugar para que la niña pudiera intercambiar miraditas
con el afortunado joven, amén de hacerme la tonta y tener que
atenderla y llevarle tandas de alimentos, porque, como estaba muerta
de vergüenza, no quería levantarse. Por fin nos retiramos con el
estómago lleno, yo escoltándola en plan de carabina, hasta nuestros
aposentos. Joder con las hijas adolescentes.
Cediendo la tutela a una de las computadoras del lobby del hotel, la
dejé chateando por internet y me fui a pasear. Caminé por la rambla
hasta que me cansé, charlé con una pescadora tempranera, admiré la
arquitectura, saqué fotos, compré pesos del país a precio usurario
(era domingo) y volví. A fuerza de persuasión, conseguí arrancar a
Clara de la virtualidad y me la llevé a recorrer algunas calles y a
sacar fotos con la Pentax que le dio el abuelo.
Como, en previsión de nuestro cansancio, habíamos acordado con Maisa
en vernos a eso de las dos de la tarde, hicimos una breve parada en
un Mc Donald's para almorzar; yo poco, porque todavía estaba
digiriendo el suculento desayuno superpuesto a los ravioles de
salmón de la noche anterior.
Dos de la tarde: llegó Maisa puntualmente y partimos de nuevo en el
bólido verde a hacer una recorrida por la rambla y la ciudad vieja.
Caminamos, subimos, bajamos, entramos a visitar el cabildo
(ayuntamiento colonial), nos sacamos fotos y de allí nos fuimos al
puerto. Visitamos el museo del carnaval, que está muy bonito, donde
se exponen trajes pintorescos y uno puede documentarse sobre el
origen y evolución de esta fiesta, que en Uruguay es todo un
espectáculo.
Hicimos una parada obligatoria en el mercado, cuya entrada me
recordó mucho a la del de Barcelona, aunque es más chica. Frente a
la puerta hay, incluso, una fuente que me evocó instantáneamente las
que hay en la rambla de esa ciudad; deduzco que algún inmigrante
catalán tuvo algo que ver en el asunto. Entramos al mercado a probar
el famoso "medio y medio", que es una bebida típica de Montevideo,
que me habían dicho que era una mezcla de champán con otra cosa.
Dimos con nuestros huesos en la casa "Roldós", donde nos desasnaron
con sendos vasos del elixir, que es una simbiosis de vino blanco
seco con oporto, ligeramente espumante, servida en vasos anchos y
chatos con el logo de la casa, bien helada, entradora y refrescante
como la sidra. Con la ayuda de una tapa compuesta de longaniza,
salame, queso y pan, di cuenta de dos copas, mientras Maisa, como
conductora prudente, tomaba solo una y Clara, por supuesto, Coca-
Cola. Al retirarnos, la ínclita anfitriona me obsequió con una caja
de dos botellas, que tengo a buen recaudo en mi heladera, preparadas
para una ocasión que merezca su apertura.
Caminamos un poco más charlando de bueyes perdidos y Maisa nos
devolvió al hotel, con el compromiso de encontrarnos a las nueve
para ir a cenar un "chivito" uruguayo.
A la hora señalada, nos dirigimos a "La esquina del chivito" a
degustar la comida nacional. No se crean que el "chivito" es una
porción del cuadrúpedo homónimo; es la forma nacional de llamar
al "lomito": un sandwich de carne con agregados varios. Maisa, debo
decirlo para su desdoro, no es una uruguaya de ley y no gusta del
chivito, así que se pidió una pizza con fainá. Clara y yo encargamos
sendos sandwichs, que incluían, además de la carne, lechuga, tomate,
jamón, queso, panceta, aceitunas y huevo. Menos mal que no pedimos
el "chivito al plato", que viene con papas fritas y ensalada rusa,
porque no hubiéramos dado abasto.
Salimos rodando y caminamos hasta el hotel, que estaba ahí nomás, en
medio de la bruma montevideana, que nos transportó por unos
instantes a una Londres decimonónica. Y sí, nos fuimos a dormir,
otra vez muertas de cansancio.

Cristina Longinotti

PD: Todavía me falta escribir el día 3; cuando lo termine, lo
mandaré

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sábado, 1 de noviembre de 2008

Soy



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Le digo al viento que no soy celosa
no tuve hermanos
era única con cabellos rizados,
enredaba en mis dedos los rulos
y pasaba horas jugando con ellos.

Todo lo que quise soy
todo lo que soy quise ser.

Me falta volar a contramano del viento,
caminar por las nubes y
preguntarle al eco si escuchó
mi lamento en el aire,
a esa hora en que la poesía enmudece.

Hoy pregunto a la mañana,
que tiene rocío y aroma a jazmines
y conoce mis sentimientos,
como arranco de raízlos malos recuerdos.

Marga®.