lunes, 31 de diciembre de 2007

Meditación

Ante la tumba de la Amada, antiguos ritos. Deirdre. Las cuidades más oscuras de la noche regresan, como el ciclo de las hojas, con ellas una visión de tempestades nacientes al fondo del espejo del mago. Con él quisimos ahuyentar a las brujas, bajo una noche sin luna.

Se reúnen almas y rostros en círculo, al conjuro de una palabra cortante, seca, breve: cuida su vertiginoso destino, siembra con veneración y vigila a lo largo de siete vidas el anillo de setas, antes que silenciosas caigan las estrellas del norte. Sólo entonces morirás.

Mira ahora en esta carta como tejen los pasos de su danza de sangre el ejército blanco y el ejército negro; su inútil lucha por Gormenghast, reino de la desolación y el silencio que rehúye la luna y hasta los lobos temen.
Silencio de los cuerpos violados, mutilados, en el monasterio.
Luego del agua correrá un agua roja como el sol al filo del lago, pero no ha de ser sangre sino lluvia.

Duerme en el tu sueño como el antiguo profeta, siete días al abrigo de las zarzas ardientes, siete días con sus noches en las piedras de la Luna.
Porque ahora tú sabes como todo ha de pasar por el ojo estrecho de la aguja: el rico con su pesada bolsa de oro, las caravanas de lágrimas y risa, el pobre con su lento abanico de huesos, remecidos por el viento, los ángeles caídos.


Alejandro Drewes
Jens

domingo, 30 de diciembre de 2007

Belén, Diciembre 24 de 2.007

Como empiezo? Nunca he escrito, pero a petición de Yossi intentaré relatar mi viaje a Belén para pasar la navidad allí.

El día en Petach Tiqwa amaneció muy frío, y como Belén está a más altitud, pues me fui bien abrigada.

Me fuí a la oficina de Yossi a las 2 y de ahí me llevó a Yafo de donde salían los autobuses.

Se suponía que saldríamos a las 3.30 de la tarde, salimos a las 6 pues el bus número 3 no llegaba por el trancón en la autopista. Bueno, llegó y nos fuimos.

Oramos y cantamos hasta la llegada a Jerusalém, solo una hora de viaje y de ahí a Belén. Oh tragedia, el hotel no guardó las habitaciones para 150 personas, solo para 50 y ahí empezó el éxodo. Nos dieron otro hotel en una ciudad a tres kilómetros de Belén, con la mala suerte que nadie lo conocía y el chofer no sabía como llegar. Así pasaron 65 minutos hasta que al fín alguna persona dijo donde era. Bonito hotel, en un hermoso lugar, pero nuevamente la lucha para alojar 100 personas. Después de una hora mas o menos nos dieron las habitaciones y nos instalamos corriendito para poder salir a cenar , ya eran casi las 9 de la noche.

A mi me tocó con tres señoras, en una bella habitación.

Nos encontramos en la recepción y nuevamente al autobús y al restaurante.

Cada salón era para 600 personas, de cada idioma distinto. Cenamos comida árabe, todos teníamos hambre, así que casi la devoramos en menos de lo que canta un gallo.

A las diez caminamos como tres cuadras para escuchar la misa a las 11 p.m. en la gruta de los pastores, donde en la época del nacimiento del Niño Dios un ángel se les aparece a pastores en esa gruta y les dice que ha nacido Jesús. Queda en una loma, un lugar de pastoreo. La gruta (que es natural), puede medir de ancho unos cuatro metros, de largo unos doce y de alto poco menos de dos, teniendo lugares más bajos aun. La misa ahí fue muy emotiva, llena de recogimiento por las casi 100 persona que logramos entrar. Terminada la misa vuelta al hotel y dormir en fantásticas camas hasta las 6.30 para estar listos al desayuno y la partida luego a la iglesia de La Natividad, el lugar donde nació el Niño Dios.

El desayuno, similar a la cena, comida árabe muy rica. Me comí unos quesitos deliciosos.

Llegamos a La Natividad y nos separamos en grupos, ya que había más o menos 20.000 peregrinos del mundo entero. Es algo inenarrable, sobrecogedor. Hicimos una cola dentro de la misma Basílica como de una hora para poder bajar al lugar de nacimiento, que es una cueva debajo de la basílica.

Cuando al fín pude bajar me llené de mucha emoción, me arrodillé y besé el lugar del nacimiento del Niño Dios, una gruta realmente chiquita, no más de tres metros de ancho por cinco de largo, donde dormían las bestias. En ese mismo lugar, a un metro del nacimiento nos dijeron misa en español a las 11.30 de la mañana, solo cabíamos unas diez personas y tuve la dicha de poder estar yo entre ellas.

Luego fuimos a otra gruta cercana llamada Gruta de La Leche. Cuenta la tradición que La Virgen María le daba pecho al Niño Jesús en esa gruta, aun más pequeña que las anteriores. En algún lugar mi cabeza llegaba al techo. Las mujeres de Belén y sus alrededores que tienen problemas en quedar embarazadas o que tienen poca leche, van a la gruta y comen un poquito de tierra. Dicen que esto las ayuda a sus necesidades. Yo quisiera un Yossi May chiquito, pero por nuestras edades no es posible, tampoco comí la tierra.

Al salir de ahí quedamos libres dos horas, así que me dedique a recorrer las angostas calles del centro de Belén, repletas de bellezas árabes de todo tipo.

Para comprar algo te piden un precio y al regatear lo sacas 50% menos.

Quedé enamorada de esta bellísima ciudad, muy parecida a las israelíes, las mismas construcciones, pero con habitantes netamente árabes.

Solo el 20% son católicos, los demás musulmanes.

Cumplido el tiempo regresamos al lugar de encuentro, nos llevaron a almorzar, nuevamente árabe, deliciosa y a las 4 emprendimos el regreso a casa. Yo dormí en el trayecto.

Al llegar a Yafo, llamé a Yossi y fue a buscarme. Le dije que la próxima ida a Belén deseo hacerla con él junto a mí.

Gracias Dios mío por darme la oportunidad de estar en los lugares santos por donde TU anduviste.

Gracias amor mío, por poder hacer este sueño realidad.



Barranquilla, Diciembre 30 de 2.007


Maria Elena May

viernes, 14 de diciembre de 2007

Siempre hay un día

A lo mejor te encuentre en alguna noche
en el mismo lugar,
donde la Ceiba tiene el semblante del tiempo
y seguro no podré verle sus raíces.
Sus ramas,
algunas más altas,
otras más débiles, parecerán colgadas
por los dioses en un cuadro nocturno, volando.
Como los sueños y las nubes;
que muchas veces no sabemos cómo aparecen, y por qué.
Solo apreciamos que flotan y nos llevan a derroteros diferentes.
Aparecerá sóla la Ceiba,
erguida como una torre iluminada de azares y coincidencias.
Y se verán hondear en ella, sus hojas,
como bailarinas elegidas por la ventisca en el teatro de la vida.
Y el eco en el alma
transmontará en nosotros tantos años y desnudará la memoria y la desmemoria.
Para entonces saber,
que había muchas miradas evitadas entre nosotros,
y otras que estuvieron demás
Como también,
una sonrisa plateada,
y unas manos deseando tocar a las otras.
Y alguna pena,
cuando olvide,
olvidamos que también existías,
y existíamos en un abismo.
Si aún tienes tiempo, y si aún crees, presientes
que unas manos hilan del más allá nuestros andares.
Ese quizás sea una de las recompensas para tanto olvido.
Éramos parecidos, éramos tejidos bajo el mismo cielo
y alguien dispuso que no supiéramos el uno del otro,
ni el otro de nosotros y así la noche se congregaba en su cierres
y amanecía en la ceiba.
Y el viento luminoso se encargaba de escribirnos una historia
en sus raíces,
cuando bebía desde lo profundo,
en sus ramas donde dejaba sus huellas, sus marcas incumplidas.
Para que hoy,
justo en la noche,
supiéramos el uno del otro,
y los otros de nosotros
y supiéramos que no estábamos solos,
no éramos errantes mercaderes de almas,
ni amasijos sin destinos,
éramos los mismos.
Sí fuimos elegidos
para arribar al mismo puerto del encuentro, al mismo sitio
que nos dio origen.
A ese cielo que callaba con su prestancia de noche libre
que vivió muchos días de apatías,
y muchos días de distancias,
y sinsabores. Le debemos nuestro río, y nuestro amor
y le debemos que con su semblanza se pare en algún paraje ante nosotros
y nos deje ver la historia, más nítida y clara que la luna esbelta.
Como siempre existía alguien más quieto, un guardián
alguien menos avezado, mucho más distraído.
Quizás mucho más sabio
y ese es entonces
nuestro último destino, nuestro último hombre.
Lo que somos nosotros,
lo que hemos sido siempre.
Y que no se nos olvide,
que alguien nos mira desde lo más alto,
sin juzgarnos.

Luis Gilberto Caraballo
Diciembre, 2007

Fragmento

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Ella estaba callada. Pero no era aquel silencio forzado e impaciente del que debe callar. Estaba callada como quien tiene en la cabeza demasiadas cosas en las que debe pensar pues se sentía a disgusto consigo misma y hubiese llorado si no fuera que el pensamiento le urgía a encontrar a alguna respuesta que le resultara lógica.
Desnuda. Boca arriba. Con los ojos cerrados y las manos tras la nuca, trataba de rememorar el rostro del hombre con el que hacía apenas unos minutos había concluído con un orgasmo. Y ni siquiera podía asegurar si era rubio o morocho y menos aún atinar a ponerle algún nombre. Había sentido, siquiera por unos segundos, que existía, pero eso iba esfumándose como una voluta de humo que se esparce y escapa por las hendijas. Ya no era más que un puro pensamiento diluido, incierto y le hubiera gustado poder dormirse y despertar, despertar después de mucho tiempo y con un acendrado olvido, en cualquier otro lugar.
Manoteó el bolso y se tragó un par de pastillas. Eso era bueno. Eso la tranquilizaba, la borraba de todo, de sí, del otro, del tiempo, del hotel, de la cama. El muchacho, que apenas se recuperaba recién de su estado de éxtasis, dio medio giro y la abrazó. "Amor, amor, amor", decía como si sollozara expandido por una felicidad ilimitada. "¿Qué pasa, amor? ¿Estás triste?".
Ella no quería responder. No tenía ganas ni siquiera de estar triste. No tenía ganas. No tenía ganas de estar. No tenía ganas de estar ni ahí en la cama, ni en la vereda ni en el mundo ni dentro de sí sin existir ahora. Pensaba vagamente en la palabra"alberca" y hasta podía sentir que toda ella era una "alberca", es decir, ser una palabra, una determinada palabra, y de allí que hasta podía "albercarse" y que hacía rato había dejado su condición humana, lejos, lejos, en la humedad de las sábanas acartonadas.
Por impulso, por simple impulso, se incorporó y se metió la remera, así, a la que se criara, sin siquiera el cuidado de ponerse primero el corpiño. Lo rescató de entre el bollo de sábanas y cubrecama y lo metió en el bolso. El muchcho, apoyado sobre el codo derecho, la miraba sin comprender. "Amor, ¿qué pasa?".¡Decíme qué te pasa, por Dios!". Y respiró hondo mientras con el otro brazo la tomaba por el hombro. "¿Qué te pasa?. ¿Te vas?. Dáte vuelta y miráme. ¿Te vas?"
Ella masculló algo para no decir nada. Y es que no tenía nada para decir, salvo que ya se había ido, hacía rato.

Long Ohni

jueves, 13 de diciembre de 2007

La Costurerita que dió aquel mal paso

La costurerita que dió aquel mal paso...

-y lo peor de todo, sin necesidad-

con el sinvergüenza que no la hizo caso

después..

-según dicen en la vecindad-

Se fue hace dos días

Ya no era posible fingir por más tiempo.

Daba compasión verla aguantar

esa maldad insufrible

de las compañeras, tan sin corazón!



Aunque a nada llevan las conversaciones,

en el barrio corren mil suposiciones

hasta en algo grave se llega a creer.



íQué cara tenía la costurerita,

qué ojos más extraños esa tardecita

que dejó la casa para no volver!...



Fuente: Selección de poemas deEvaristo Carriego y otros poetas
Serie Capítulo. Nº 33.
Biblioteca argentina fundamental
Pág. 34
Centro Editor de América Latinauenos Aires. 1968

MAPA DE MIS JUEGOS

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Autor:

© Jesús Alejandro Godoy

Sé que existe una ley justa, que lleva grabada mi nombre con sangre en su ceño, y que grita mis espacios, para que le devuelva esas estrellas que me robé cuando era dueño del cielo, y de todo lo que había debajo de él.

Sé que anda por ahí, sé que espera un instante para hacerse de los señuelos que le arrojo a la felicidad y desbaratar esas trampas, donde mantengo en silencio algunas mentiras, que usaré cuando mis opciones coherentes se terminen, o cuando me canse de ser castigado por ser el único idiota que dice la verdad.

Sé que venera algunos lugares por donde he pasado; sé, que en el invierno se confunde con la nieve y viene a reclamarme esas caricias que dejé latiendo lejos de aquí y que aún esperan el fin de su faena; sé, que lleva mi nombre grabado con sangre y que un día vendrá a buscarme, para al fin, quedarse a mi lado y hablar de todo lo que le debo.

Tal vez la veré, tal vez te veré; pero por ahora, sé que me dejará seguir discutiendo mis sueños con el viento y mis caminos con la luna; y que un día, ya tendré tiempo de pagar lo que debo; y tú, tendrás tiempo de retornarme esas tristes alegrías, que dejé sumidas en un sueño profundo, cuando dejé de temer a las leyes de ensueños y empecé a usar el mundo como mapa de mis juegos

Un día... volveré, pero no todavía...

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Nosotras

Nosotras
A mi hermana, la segunda
(a Beatriz)



He intentado trastocar el tiempo poniéndole espacio a mi corazón de
otro corazón herido.
Seguir la lastimadura donde niñas nos conjugábamos en el plural de Un
nosotras por la singular muñeca, con cuerpo y sin extremidades cuando
no nos enseñaron a abrazar.
Por eso la melancolía recorría nuestra casa pequeña armada a fuerza
de cartones y trapos viejos y de los sentimientos que no fallaron al
funeral de la perrita que nos hizo de mamá.

Hoy te explico que es hora de partir del valle aquel de la memoria,
de lavarnos los pies del barro imperdonable, saturar la huella porque
de sangrar se desborda el camino, de pintar sonrisa en el puño de la
rabia y pegarle a la muerte hasta hacerla desfallecer.

Hoy es un día donde la vida agita castañuelas y el almendro sigue
allí tan inmóvil con flores de nácar imprimiendo el amanecer que de a
pedazos nos revienta los tímpanos: ¡se hace tarde muchachas!
Y hay que correr, en orden predeterminado, separadas cuando juntas,
pero correr porque nos vamos poniendo grande en el corazón pequeño
y los labios resecos de justicia y el ombligo ahorcado en su injusto
estreñimiento, mitad por mitad hemos quedado y de a cuartos no
podremos multiplicarnos enteras, nosotras las hijas del desconsuelo,
de la genética palpitante, de las que nos perdimos entre los dos
mundos que calla y el susurro aventurero, loco en la cabalgata del
abandono, hasta llegar agitado en su sino lábil rompiendo muros.

Rompiendo muros la mujer se reconstruye, rompiendo muros infiltración
de un anecdotario donde las palabras extenuadas ya no dan más,
moraleja mansa subsistimos en la fauna de un territorio salvaje.
Temblor de un frío que taladra el síndrome sin nombre, no se si por
miedo o desconocimiento, pero aquí estamos ilusionando.

Oh avizoras un mundo sólo para excluyentes.

Dolor con dolor se paga gritaban las claustrofobias,
dolor de parir un himno que organice las voces todas de un pueblo
marchito; entre cardos de llagas cerradas ¡cómo nacer!

La cauterización vino a fuerza de brebaje de tiempo y el vino rocío
sobre la tierra, homenaje donde la santidad se hace madre y nuestras
pieles curadas, piel del alma que se hace juramento en la ceremonia
para vestir nuestra sagrada existencia del vivir y aun vivir.

Fanny G Jareton

jueves, 6 de diciembre de 2007

OTRO BANQUETE DE LA ARAÑA

Dios mío, debiste pasar por un prueba terrible.

-Me encuentro bien-dije-. Me encuentro bien.

Daphne Du Maurier, Casa en la playa

En las horas gentiles de la concupiscencia regresabas, siempre regresabas con tus cabellos lacios y rubios y el delgado cuerpo desnudándose -de a poco-, apenas traspasada la puerta falsa. Me sonreías. Me extendías también las manos que yo rechazaba, casi por instinto, para mezclarme con la víboras y sumergirme entrelazado en la fuente magníficamente lóbrega.

Ya se sabe que en Loreto las víboras y los lagartos se reproducen como conejos. ¡Si habremos encontrado nidos entre los restos de paredes de las ruinas jesuíticas! Igual, de chicos les temíamos. Bajábamos los escalones del parque con ese apuro nunca justificado de los jóvenes y, aún antes de llegar a la fuente seca, Elpidia me pedía pruebas de amor que le negaba al instante. "Esas son cosas de Luis, tu pariente, a él le debés todas las pruebas", le canturreaba yo con sarcasmo.

"Miras cómo se hace el día en tu cuerpo. El lugar del juicio o de la ausencia. Hasta acá debió llegar el destronado, el destrozado", me decías en arranques desaforados de poesía inútil, sí ¡tan inútil!, porque ¿qué más inútil de inutilidad absoluta que la poesía frente a tus solicitudes de pruebas de amor?

También hubo un hacha, pero no en el sueño siesteril que lastima mis pies bajo el sol misionero. Siempre viendo un hacha vos, te decía Gabriel mientras te acompañaba en aquellas caminatas nocturnas que no podés borrar de la memoria. Imposible pedir clemencia ante esos cuervos que te siguen desde los obrajes, te repetía Gabriel, ni siquiera la atenuación de la condena. Porque son como cuervos, ¿o no lo sabías? ¿Carroñas o cuervos? ¿Lugar de la boca harapienta o del cadáver lujoso?, te aventurabas a contestarle en otro de tus impromptus.

Algunas noches, que duraban lo que dura una noche, que duraban siglos, aparecíaen sus pesadillas una mujer incendiándose que mostraba los huesos del brazo, justo en el momento en que la piel -hecha minúsculos jirones-, se derretía en el suelo púrpura. Entonces la niña sucia (como se llamaba a sí misma) saltaba súbitamente en medio de la cama, permaneciendo en un éxtasis hipnótico durante largo rato. Ya habían pasado hacía tiempo las pruebas de amor, los arrancadas liricas, las fugaces travesías a la selva.

Ahora es la simple cama mortal la que te deleita y desespera al mismo tiempo, sobre todo cuando tenés insomnios que no se curan con nada, le dije esta mañana. Su cara se demacró como por arte de magia, instantáneamente. No me reclames compasión sobre tu piel, no sólo pasajera detrás del atavío-le gritó un día a su primer violador- y su sexo se abrió en grandes tajos (eso creyó ver ella, mirando cómo se iba por la pierna un hilillo de sangre oscura.) Al lado de su cuerpo mugriento había un hacha, pero esta vez era un hacha real (la del violador.)

Ayer se preguntaba frente al espejo del cuarto pintado con color índigo traído de México, casi desgarrando sus ropas y mostrando, altiva y desafiante, los senos crispados, levantados en puntitas, dónde estaba "aquél que no venía a tomarlos, a lamerlos, a pellizcarlos hasta el dolor". Para mí, el deseo es progresivamente geométrico y busca muerte, yo sé que busca muerte el deseo, no yo, repetía la que alguna vez fue niña sucia, restregándose las manos. Hoy me siento cansada, mi rostro está blanquísimo, ajado como un papel chino, y los huesos parecen no pertenecerme.

¡Pasaron veinte años, che, y todavía te acordás vos! La verdad es que me tomó como a una bestia que necesita ser domada, me pegó con su látigo de espinas; eso sí: un pequeño látigo de espinas, mientras mi tajo enrojecía como un tulipán, pero ya no sangraba. ¡Cómo está el morbo en los obreros, yo te podría decir que es mucho más elaborado que el de un coronel o un sacerdote!, me decía siempre.

Ahora, levitando veía todo más claro, transparente. Ellos nunca vendrán, nadie vuelve con su mismo rostro a la caverna, porque ni la caverna se repite. En la tarde de ayer corría, por los alrededores, un gimnasta con un sombrero panamá tapándole las cejas. La sombra de ellos, pareció, por unos minutos, retornar con gran fuerza. "Cómo puede ser que después de cuarenta y siete años, regrese perfecta la visión. Es lo que también te pasa con los perfumes, cuando alguno te gusta o lo odiás, esa hirviente, maldita pero dulcísima memoria del olfato te acompaña de por vida. Si sucedió por el cincuenta y uno", le digo a Cirita, mi última prima.

Cuando era adolescente, ella huía a la casa de sus abuelos. Detrás del parque se abría un pequeño corredor cubierto de hierbas en dirección a un valle casi infinito. Una siesta echó a caminar por la maleza, cruzó el arroyo que divide el campo y se detuvo junto al brevísimo estanque curioseado por una garza mora y algunas torcazas. Empezó a acariciar su cuerpo, apretando sus senos y con ambas manos arañando también sus muslos. Se desnudó, arrojándose con violencia. El agua, calmando su excitación, aguzó definitivamente sus oídos. Sintió pasos, pero no se inmutó. Aflojándose de a poco, subió tiernamente hasta la superficie.

Habemos tiempo en que uno tiene la noción de lo imposible. Ahora veo que llega ese tiempo tan anhelado. Romper la membrana, trasponer el umbral: revelarse sería perderlo todo en pliegues de un sudario vampiro. ¿Niña Redentora -dijiste-, sálvame del cieno congregado por toda mi eternidad? Es verdad: ahora en la vejez, solo resta construir la probable ficción de lo que fue con palabras. Lo que fue y lo que fui están cosiéndose mutuamente. La niña sucia lo sabe. Por eso anota en descuidados cuadernos (como corresponde a toda niña sucia) la palabra inglesa "spear" que vale por lanza y por traspasar. "¡Oh, vieja arponera de tus navíos!"

Siempre al final de la clase y siguiendo los últimos pasos y el cuchicheo de sus compañeras, siente con impaciencia la proximidad de Matías, su profesor de yoga. Niñita sucia te tranquilizas al fin, te gusta mi dedo en el culo, que lo mueva todo el tiempo, en círculos de adentro hacia afuera, luego te lo chupas, íntegramente te lo lames, me gritás, me ordenás. Algunos somos, a más de la propia naturaleza, signos de otras cosas y esto, espontáneamente o por imposición -le repite- haciéndose la gran intelectual de Loreto.

Experimenta un raro escalofrío bajo su vulva: es el asiento de la bicicleta del hermano Ismael. Va de aquí para allá, levantando la pequeña polvareda que sólo puede levantar una bicicleta que es casi un triciclo. Frena bruscamente, y al levantar la vista están Ellos. De nuevo y a plena luz del día. Uno a uno, que no podría contarlos, podrían ser quince, o doscientos, o mil. Ya resulta imposible distinguirlos o recordarlos, siquiera de cerca. Sus trajes brillantes dejan ver, a todas luces, objetos -parecieran ser objetos translucidos. Es que esa tela, con el tono marrón clarísimo de muselina, aumenta el contraste.

-¿Recordás, pero recordás cuando de pequeña compartías la bañera junto a tus padres? ¿Cuando él se erguía sobre el enlozado blanco y su enorme sexo te paralizaba? Entonces no soportabas que te tomase de nuevo entre sus brazos. Transitabas el borde de lo intolerable y, lo más terrible, es que aún no sabías hablar. Te desesperabas. Después, continuando el ritual, tu primo Luis te sentaba sobre las piernas, y, mientras jugaba con sus dedos a lo largo de tu cuerpo, sentías cómo se excitaba, presionando tus muslos tensos e irisados. Querías arañarle la cara, meterles bien adentro los dedos en los ojos , pero tu timidez aún no lo permitía. Con el tiempo empezaron a gustarte cada vez más esos rituales, y sentías cierta humedad en el tajo y en la boca. Vivir el imposible ardor que nunca cesa, como dice tu amiga Josefa.

Luis mantenía una extraña relación con sus amigos. Ella lo sabía. Se encerraban en la habitación y se masturbaban, mirándose los unos a los otros, hasta el desmayo. Vos siempre quisiste estar en el centro del círculo ouroboros, viendo como en tus pechos se derramaría, al unísono, aquel precioso líquido ámbar. "La historia de una pesadilla, ¿no dura acaso siglos? Y una, niña sucia, indeseable, empedernida, se despierta tan cuerda, luego de haber pasado por el infierno", nos repite (escribe en borradores), fija para la memoria.

Que se haga un interminable lago de semen, podrido y hediondo, como una inmensa telaraña líquida; y que el hedor llegue, al fin, desde Loreto a todo los rincones de la tierra, elucubraba la vieja niña sucia, mientras un brillo de crueldad la revivía increíble. Y tan desfigurada estaba con estos pensamientos matutinos -que a esta altura no eran recuerdos absolutos ni pura imaginación, es la pura verdad-, cuando oyó un gruñido sordo detrás de la puerta.

¡Vamos, Stella Maris, levantate ya, vamos marmota, que en la Procesión de Nuestra Señora de la Merced ni vos ni yo tenemos privilegios!

Manuel Lozano

París, 1996/Buenos Aires, 2007

*Derechos registrados