viernes, 14 de diciembre de 2007

Fragmento

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Ella estaba callada. Pero no era aquel silencio forzado e impaciente del que debe callar. Estaba callada como quien tiene en la cabeza demasiadas cosas en las que debe pensar pues se sentía a disgusto consigo misma y hubiese llorado si no fuera que el pensamiento le urgía a encontrar a alguna respuesta que le resultara lógica.
Desnuda. Boca arriba. Con los ojos cerrados y las manos tras la nuca, trataba de rememorar el rostro del hombre con el que hacía apenas unos minutos había concluído con un orgasmo. Y ni siquiera podía asegurar si era rubio o morocho y menos aún atinar a ponerle algún nombre. Había sentido, siquiera por unos segundos, que existía, pero eso iba esfumándose como una voluta de humo que se esparce y escapa por las hendijas. Ya no era más que un puro pensamiento diluido, incierto y le hubiera gustado poder dormirse y despertar, despertar después de mucho tiempo y con un acendrado olvido, en cualquier otro lugar.
Manoteó el bolso y se tragó un par de pastillas. Eso era bueno. Eso la tranquilizaba, la borraba de todo, de sí, del otro, del tiempo, del hotel, de la cama. El muchacho, que apenas se recuperaba recién de su estado de éxtasis, dio medio giro y la abrazó. "Amor, amor, amor", decía como si sollozara expandido por una felicidad ilimitada. "¿Qué pasa, amor? ¿Estás triste?".
Ella no quería responder. No tenía ganas ni siquiera de estar triste. No tenía ganas. No tenía ganas de estar. No tenía ganas de estar ni ahí en la cama, ni en la vereda ni en el mundo ni dentro de sí sin existir ahora. Pensaba vagamente en la palabra"alberca" y hasta podía sentir que toda ella era una "alberca", es decir, ser una palabra, una determinada palabra, y de allí que hasta podía "albercarse" y que hacía rato había dejado su condición humana, lejos, lejos, en la humedad de las sábanas acartonadas.
Por impulso, por simple impulso, se incorporó y se metió la remera, así, a la que se criara, sin siquiera el cuidado de ponerse primero el corpiño. Lo rescató de entre el bollo de sábanas y cubrecama y lo metió en el bolso. El muchcho, apoyado sobre el codo derecho, la miraba sin comprender. "Amor, ¿qué pasa?".¡Decíme qué te pasa, por Dios!". Y respiró hondo mientras con el otro brazo la tomaba por el hombro. "¿Qué te pasa?. ¿Te vas?. Dáte vuelta y miráme. ¿Te vas?"
Ella masculló algo para no decir nada. Y es que no tenía nada para decir, salvo que ya se había ido, hacía rato.

Long Ohni

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