A lo mejor te encuentre en alguna noche
en el mismo lugar,
donde la Ceiba tiene el semblante del tiempo
y seguro no podré verle sus raíces.
Sus ramas,
algunas más altas,
otras más débiles, parecerán colgadas
por los dioses en un cuadro nocturno, volando.
Como los sueños y las nubes;
que muchas veces no sabemos cómo aparecen, y por qué.
Solo apreciamos que flotan y nos llevan a derroteros diferentes.
Aparecerá sóla la Ceiba,
erguida como una torre iluminada de azares y coincidencias.
Y se verán hondear en ella, sus hojas,
como bailarinas elegidas por la ventisca en el teatro de la vida.
Y el eco en el alma
transmontará en nosotros tantos años y desnudará la memoria y la desmemoria.
Para entonces saber,
que había muchas miradas evitadas entre nosotros,
y otras que estuvieron demás
Como también,
una sonrisa plateada,
y unas manos deseando tocar a las otras.
Y alguna pena,
cuando olvide,
olvidamos que también existías,
y existíamos en un abismo.
Si aún tienes tiempo, y si aún crees, presientes
que unas manos hilan del más allá nuestros andares.
Ese quizás sea una de las recompensas para tanto olvido.
Éramos parecidos, éramos tejidos bajo el mismo cielo
y alguien dispuso que no supiéramos el uno del otro,
ni el otro de nosotros y así la noche se congregaba en su cierres
y amanecía en la ceiba.
Y el viento luminoso se encargaba de escribirnos una historia
en sus raíces,
cuando bebía desde lo profundo,
en sus ramas donde dejaba sus huellas, sus marcas incumplidas.
Para que hoy,
justo en la noche,
supiéramos el uno del otro,
y los otros de nosotros
y supiéramos que no estábamos solos,
no éramos errantes mercaderes de almas,
ni amasijos sin destinos,
éramos los mismos.
Sí fuimos elegidos
para arribar al mismo puerto del encuentro, al mismo sitio
que nos dio origen.
A ese cielo que callaba con su prestancia de noche libre
que vivió muchos días de apatías,
y muchos días de distancias,
y sinsabores. Le debemos nuestro río, y nuestro amor
y le debemos que con su semblanza se pare en algún paraje ante nosotros
y nos deje ver la historia, más nítida y clara que la luna esbelta.
Como siempre existía alguien más quieto, un guardián
alguien menos avezado, mucho más distraído.
Quizás mucho más sabio
y ese es entonces
nuestro último destino, nuestro último hombre.
Lo que somos nosotros,
lo que hemos sido siempre.
Y que no se nos olvide,
que alguien nos mira desde lo más alto,
sin juzgarnos.
Luis Gilberto Caraballo
Diciembre, 2007
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