lunes, 26 de enero de 2009

ESCENA II

La saludaban los pájaros con iris de agua sedienta. El sol afinaba sonrisas para ella en el cauce de un río frágil y redondo. El alma de la luna, derretida en pompas, se filtraba por todas sus rendijas. Pero allí no había nadie, sólo vacío, sólo rocío trémulo, sólo sapos huecos, inflamados de aire, a punto de sumar y liquidar la nada en su totalidad.

Usaba máscaras de papel desteñido, tal vez para ocultar las cicatrices y el cordón umbilical que la mantenía unida al pasado, y bebía sueños de hielo en vaso largo, de un solo trago, como tratando de matar el hipo de la esperanza. Su rostro de fantasma sonámbulo, condenado al desierto, dilataba el sur de la tristeza.

Hemorragias de cielo latían sobre su cabeza y las estrellas zumbaban como abejas en la arteria de quien osara posar sus ojos sobre ella, de quien atravesara la barrera de su aurícula izquierda o su ventrículo derecho, de quien cabalgara del revés sobre la crin del viento para llegar hasta ella.

Sin embargo, ella derribó los pilares del puente que trazó el destino para no verme, y el hoy y el siempre quedaron definitivamente separados. Se abrió el infierno y las estatuas en flor se ocultaron tras un espeso velo de bruma, cubiertas de cal viva que las devoraba como si fueran rocas de humo infiel.

Del libro "Teatrema o poema en cuatro actos"
Diciembre 2008©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España
www.eltallerdelpoet a.co

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