miércoles, 16 de diciembre de 2009

Manuel Bermúdez y La Coronela

Manuel Bermúdez y La Coronela



Hace algunos años, el poeta Luis Vásquez y yo, estuvimos arreglando la Biblioteca del Centro de Historia de Trujillo, en vísperas del Primer Simposio de Literatura Trujillana. Estábamos emocionados. Salíamos de clases de la universidad y corríamos a ayudar en la biblioteca. Era la oportunidad de conocer a otros escritores y poetas que vendrían de toda Venezuela.

Llegó el dia de la inauguración del simposio. Al terminar la primera sesión matutina, salimos a comer. Llenamos el carro del poeta Luis Vásquez. Previamente, conocimos a Manuel Bermúdez. Lo buscamos luego de su intervención. Hablamos, o mejor dicho, habló él. Luego, en horas del mediodía, se lo iban a llevar a comer, para almorzar, junto con otros poeta, que no conocíamos. Pero Manuel nos invitó, allá fuimos a parar con él.

Allí estaban un buen grupo de escritores Denzil Romero, Manuel Bermúdez, los poetas Ramón Ordaz, y Tito Núñez, entre otros. Fuimos a la casa de La Coronela. Una casa ubicada detrás de la iglesia de Don Tobías, con un ambiente muy familiar y acogedor. Era una muy distinguida familia. Ella, La Coronela, había cursado la invitación. El ambiente era espectacular. Festivo. Circulando una bandeja con delicados vasos repletos de añejo escocés, y no faltaron los exquisitos “pasapalos”. Los tragos hicieron aflorar anécdotas, comentarios, y versos finos tomados de libros, o arrebatados a la propia memoria.

Al final, salió la doña vestida con su impecable traje verde oliva. Hizo gestos castrenses. Era nada más y nada menos que una miembro de la comisión de ascensos del ejército en tiempos del presidente Carlos Andrés. Estuvo extraordinaria la reunión, buen ambiente, suave música, poemas, y las voz de Manuel Bermúdez que erguía en los rincones hasta las mismas flores marchitas.

No faltó como conclusión la nota mágica de los poetas. La respetable y amable Coronela, se retiró a cambiarse las indumentarias verde oliva. Luego, en un abrir y cerrar de ojos, apareció inesperadamente ataviada con una vestimenta nupcial, con finas telas blancas. Todos quedaron sorprendidos. Pero al poeta Tito Núñez, que no se le escapa una, se le ocurrió un matrimonio, un casamiento, entre Manuel Bermúdez y la Coronela. Todos aceptaron. Primero, el matrimonio civil, sirvió de Jefe civil el poeta Tito Núñez, y de amanuense el poeta Luis Vásquez. El matrimonio eclesiástico fue realizado y bendecido por el poeta Ramón Ordaz. Y Denzil Romero, sirvió como testigo de ambos actos. Al final, un lindo besito, unas carcajadas; e inmediatamente, vino la separación de cuerpos, hasta allí duró el matrimonio. El compromiso literario procuraba otros espacios. Había caído la tarde, era la hora de regresar al simposio.

Para este año 2009, el poeta Pedro Pérez Aldana, me invitó para el cumpleaños (que los amigos le celebran todos los años) en el mes de enero al Comandante guerrillero Francisco Prada (Comandante Arauca). Mi sorpresa fue que allí encontré al poeta Tito Núñez. Rememoramos aquel tiempo de nupcias que involucraba a Manuel Bermúdez. Y quedó sorprendido porque todos eran escritores y ninguno había escrito esa anécdota de Manuel Bermúdez en la ciudad de Trujillo en la oportunidad de celebrarse aquel primer simposio de literatura trujillana.

Hoy 16 de diciembre, la prensa nacional trae una infausta noticia: “Se fue el llanero marcado por el significado de las palabras”. Se trata de Manuel, el mismo Manuel Bermúdez que por encanto de las palabras y el sortilegio de los actos en fina tertulia y magia literaria se casó en tierras trujillanas, ya esta vez, no con la amable y entrañable Coronela, sino con la amistad que involucra a muchos de nosotros. Por eso, aquél recuerdo del casamiento, casamiento con la amistad, con el compartir, con lo acertado del adorno de la buena tertulia. Este tipo de amigos no perece, no se va. Todo lo contrario, se queda entre nosotros. Ambulando o deambulando, en nuestras palabras, en los homenajes que se le rindan, y lo más importante, que fue un buen semiólogo y crítico literario, y por sus propias palabras se queda arraigado profundamente en los espacios del saber y de la amistad.



Gregorio Riveros


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