a Enrique Lihn (1929 – 1988)
Claro, Enrique: «Nadie escribe desde el más allá»
ni hilvana memorias de ultratumba.
Lo más que se puede ante agonizantes lectores
es avergonzarse de esa muerte, o casi muerte,
que se llama indiferencia, apatía, que en mundos de hoy,
son tan presentes y vigentes,
porque más lleno de cadáveres vivos muertos
no se concibe el espacio, in terris in sub-divo.
Esa es la única mueredumbre sobre la que se puede
escribir y hacerlo desde lo vivo para evitar
que siga el mucho ultraje, matanzas,
hambrunas innecesarias,
epidemias evitables,
suicidios desesperados.
Aunque lo diga el libro tibetano de los muertos
o egipcios o iluminados, no hay lectores en el más allá,
nadie que tomaría en serio tanta porquería
o fantasmas o fantasías cuando lo verdadero
real e interesante es la angustia
de aquí y ahora,
con su belleza y su horror,
con su heroísmo y tragedia
y esa apatía cínica con que no hacemos
nada por la vida
ni con un buen amar
ni cpm una buena batalla revolucionaria y creadora
ni con el sentido de leal, cariñsoso
convivio / familia / progreso
y así acabar los gorgojos terrenales
que se vuelven ídolos aplaudidos,
mercenarios encumbrados,
torturados impunes, o masas sedientas de espectáculos
en los circos romanos de nuestra historia.
En realidad, ninguna gente que se muere
es porque la jalan las apariciones
o tantos monstruos tenebrosos / inventos
de la psiquis ultratumbera que alardea al mundo
con harta nocturnalia de aparato.
La gente que muere gastada de vivir
sin generosidad, sin apoyo de otros,
enfermos, solos, intoxicados de medicaciones
y vicios y, a veces, la muerte que menos interesa
es numéricamente mayor que la hacemos conscientes
en esquelas, en noticIarios, porque a nadie
le importa que muere un imbécil,
o un desnuitrido allá en el Africa
o un montonal humano
a los trague un sunami, o incendio
o terremoto en el confín del hemisferio pobre.
Con la muerte somos tan caprichosos,
negligentes, desatentos, y les veo la muerte
en vida gente que se dice saludable, poderosa
pero cuya emoción es como el vaho,
cuya curiosidad es sepulcral
como piedra de tumba; tanta gente que no aprecia
lo bello, lo humano, lo creativo, el trabajo,
gente luctupsa por jactarse de tan viva y lista
que no necesitan consultar
ni a vivos ni a agonizantes
ni a libros espiritistas.
Yo entiendo, Enrique.
Nadie escribe desde el más allá
y desde el más acá -- nada se puede decir
para lector alguno del más allá.
No hay nada que decir para los muertos.
No hay literatura que valga
si no se habla de los vivos y de esta vida
que tiene todos los secretos útiles
para decir algo como algo
y algo para el porvenir.
Catlos López Dzur
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