Si hay algo que me encanta de los viajes que realizo es el conocer personajes especiales, como el poeta Héctor Viveros, un tío sin complejos, cuya máxima es "yo bebo, no como", y no le duelen prendas al decirlo, aunque nunca le confiaría a una novia, pues siente una debilidad especial hacia las mujeres de los demás, lo cual advierte, en un gesto no cabe duda lleno de nobleza, desde el principio, a todo el mundo. Para mí fue un hallazgo, pues tras esa pose casi de poeta maldito con ribetes de gótico, se encontraba una persona de una calidad humana extraordinaria, según pude apreciar. Durante los días que estuve en Guadalajara fue para mí como un hermano mayor, con el que me sentía seguro, pues conocía a toda la fauna de gorrillas o demás especímenes que visten navaja y otros atuendos parecidos. Caminar con él por las calles de la ciudad, que ronda los cuatro millones de habitantes, era volar libremente como un pájaro, sin temor a verse envuelto en altercados, y eso, en México, donde la inseguridad es la tónica de cada día, es como si te tocara el premio gordo de la lotería.
Tras un domingo anodino, de reposo, en el que me di unas vueltas por el centro, el resto de los días quedaba por la mañana con Héctor y me iba enseñando los lugares de interés, con unas explicaciones tremendamente amenas y precisas. Así visitamos la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres, con la que se rinde homenaje a aquellos ciudadanos que han trascendido a través la historia, aunque, por lo que me dijo, no están todos los que deberían y hay algunos que tal vez no deberían estar en ella.
Después de cada recorrido turístico, que hacíamos a pie, recalábamos en la cervecería La Fuente. Uno de esos días en que me había quedado yo solo un momento, mientras mis colegas iban a aflojarle el agua al canario, entabló conversación un hombre, relativamente joven, elegante, que se hallaba sentado en la mesa contigua con su compañera, un tía bandera que todo el mundo se comía con los ojos. Tras comentarle que yo era un poeta español y que andaba por allí participando en algunos eventos, muy amable, me dio todo tipo de información sobre la ciudad, sitios para comer, etc. Luego llegó Arturo Accio, que le preguntó a qué se dedicaba. Él, simplemente, contestó: -¿Yo? ¡A vivir!, lo que, al parecer, es una expresión típica con la que los narcos suelen identificarse como tales ante la gente que consideran de confianza. Luego nos recomendó que fuéramos a comer a un restaurante en Tlaquepaque, nos dio su teléfono personal y nos dijo: -Si el poeta español no queda satisfecho, me llamáis y yo pago la comida.
La visita a Tlaquepaque nos coincidió por la tarde, ya comidos, por lo que no recalamos en el lugar que nos había indicado. Además Héctor escogía los lugares para comer en función de las ofertas de cerveza, dos por una, y no por la cuestión culinaria. La realidad es que bastaría con una cerveza para quedar servido, pues eran jarras de dos litros, pero había que aprovechar la oferta, y cada vez que nos metíamos un lingotazo de esos yo me quedaba ya en situación de irme para el hotel a dormir la media mona.
Hasta Tlaquepaque fuimos en un autobús urbano. Fue mi primera experiencia, en México, en ese sentido. Uno tiene cierta sensación de haberse subido a una montaña rusa, pues vas dando unos botes que si no te agarras bien aboyas el techo con la calva.
El municipio, situado muy cercano a Guadalajara, es un conocido centro alfarero internacional, por lo que está lleno de tiendas, pero quizá lo que me gustó más, fue una plaza, formada por una rotonda de cantinas seguidas, que enlazan unas con otras, en cuyo patio interior hay un palco de música donde suele haber siempre mariachis cantando. Héctor me comentó que allí suelen acudir a emborracharse y en busca de ligue autóctono un montón de gringas, perspectiva que me alegró un poco el ánimo, pero resultó que era día de semana y la cuestión estaba bastante apagada, por lo que nos tuvimos que conformar con una oferta de cerveza, de dos por una, que nos llevó casi toda la tarde terminar y que, con el traqueteo del bus, durante el viaje de regreso, a punto estuvo de acabar saliendo por la ventanilla.
Otro de los lugares a los que me llevó mi anfitrión fue el Hospicio Cabañas, decorado con los famosos murales de José Clemente Orozco, y que se conoce popularmente como la Capilla Sixtina de latinoamérica. La explicación de Héctor sobre los murales me pareció extraordinaria, mientras cambiábamos de posición para ver los murales desde diferentes perspectivas. En verla empleamos casi toda una mañana. Se trata de unas pinturas muy ligadas a las viejas tradiciones artísticas mexicanas y en las que se puede hacer una lectura, prácticamente completa y poética, de la historia de México, la conquista, etc. Orozco ofrece una visión, a mi modo de ver, mucho más amplia o equilibrada que la que pude apreciar en otros murales con la misma temática de Diego Rivera.
Ese lunes por la tarde fui entrevistado en el programa Vida vagabunda, en radiomorir.com, conducido por el periodista Ramón López, programa que ha quedado grabado en http://www.box.net/index.php?rm=box_download_shared_file&blog&file_id=f_454975498&shared_name=lizs8rhn68 en donde se puede escuchar o descargar.
Poco a poco, con pinceladas gastronómicas como los camarones al mojo de ajo, los queshongos, los ostiones, etc. y las ofertas cerveceras iba entrando en materia, asentándome en Guadalajara, conociendo a muchas personas y escritores, ajeno a que unos días más tarde asistiría en directo a la famosa mordida y, que según pude saber se clasifican en varias clases como "la mancha", "el ciego" y "el diego".
Pronto viajaría también a Zamora, Michoacán, para participar en el XIV Encuentro Internacional de Poetas, motivo principal de mi viaje y germen de la gira que me hallaba realizando.
Agosto 2010©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.
www.eltallerdelpoeta.com
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