QUE DÍA FUE HOY
Tengo un problema con las fechas. Es, seguro, una enfermedad,
o más bien una deficiencia neuronal, de las varias que me constituyen como ser
humano, levemente mogoloide, insoportablemente vanidoso de las neuronas que,
para mi bien o mal, definen mi inconducta particular que,
mirándome de perfil, cualquier frenólogo o, con suerte, el mismo Lombroso, puede
predecir y condenar.
Pero también hay un matiz filosófico (obviamente originado en
la neurona filósófa) que, quién sabe por qué, se opone a que "hoy" tenga que ser
datado, fichado ignominiosamente como a un recluso destinado al entierro en la
celda del pasado, con un número, una fecha, bah, que lo diluye en el anonimato
numerado.
El hoy vive plenamente, hoy es y punto, no "hoy es el
día...". Me niego a macular la dignidad del día que vivo, que hoy
llena el universo que es la vida que hoy la conocí, en el Banco al que ingresa a
trabajar. Me impresiona, desde varios puntos de vista, no sé que
tiene que me produce, un como si. Uno de estos días la encaro.
Alguien preguntará ¿cómo manejo el pasado? Que los
historiadores operen con sus fichas fechadas, que los políticos manipulen las
fechas que puedan invocarse como la pesada herencia que recibimos, que los
poetas evoquen el día que. Para mi, el pasado pasó, no me interesa en qué fecha
fue que lo enterré, en qué tumba está, cuantos días duró. No le pongo flores, no
ocupo ni un minuto de mi hoy para disecarlo, abrirle las vísceras para
determinar la causa de su muerte.
El pasado que aún vive está compuesto de mortales eternidades
humanas. Dolores que se hunden y cortan y duelen y no mueren. Ilusiones que
esperan eternamente un futuro que se haga realidad cotidiana. Rencores que
mascullan sin pausas venganzas y reivindicaciones. Bellezas que inundan el alma
y perviven eternamente, ahogan e iluminan. Amores, mágica alquimia de dolores,
ilusiones y rencores, bellos y horribles, como una estrella titilando, a punto
de nunca morir.
El pasado que aún no murió es hoy, unos días después, me le
acerco y, con una voz cavernosa originada en las profundidades de
mis bajos instintos, le alabo la espalda. Lombroso lo hubiera predicho, hice el
ridículo de rigor, de entre la variada gama de frases ganadoras o al menos para
asegurar el primer tanto, elijo mencionar la espalda. Pero es que me tiene
loco; orgullosa, erecta, esa espalda va para estatua viva de
diosa, el frente expande la majestad de la espalda, la mirada disuelve. De lo
único que puedo envanecerme es que en la frase me muestro, además de estúpido,
original y honesto. Cuando empiezo a retirarme, reptando ignominiosamente marcha
atrás, me detiene un oh, gracias, que muestra que la diosa trastabilla, no tuvo
tiempo para la usual respuesta preventiva, se queda esperando, su espalda y toda
ella, sus ojos, ahora que la tengo de frente. Su feminidad me produce mareos.
Digo una frase ingeniosa, ganadora, Su respuesta me reubica pigmeo. Ya
está, ya caí. Ella se da cuenta, todas las mujeres se dan cuenta
cuando pueden agregar una marca a su lista de víctimas.
Hoy la tiene loca el perrito que, en un rapto de
inconciencia, ingresamos a la familia (estúpido, esposa, dos hijas, somos
cuatro). A un perro, aunque tenga dos meses, hay que mostrarle
firmeza y autoridad; un NO firme, mirada de juez de Suprema Corte.
El noooohhh prolongado, angustioso de ella, esa huida precipitada, no
ayuda, pero me encanta. El monstruo minúsculo, emergido del Averno canino
sediento de víctimas y juegos, persigue esos piés, los que sostienen esa espalda
de mármol eterno.
¿Cuándo pasó eso? Pasa. Hoy.
Carlos Adalberto Fernández
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