El bajel anuncia el puerto. Una mujer navegaba solitaria, por mares ignotos.
Umbrosas las manos asían los reflejos que de ellas quedaban en el rastro esparcido de alguna ola encrespada entre los remos de un navío distinto, embarcado hacia otro mar.
La mirada perdida buscaba en el ayer el horizonte dibujado al norte, sin saber si era el norte o era el sur. Sólo sabía que la noche cubría el zafir de los cielos, que escuchaba el sonoro y sosegado rumor de las olas que cantaban melancólicas canciones, que la vida en un puño cerrado se le había vuelto palma abierta para dejar escapar su alma atormentada y triste, abandonada a los más obscuros presagios.
El bajel anuncia el puerto. Con címbalos antiguos el amor viejo se levanta y con la herrusca empuñada, la pesadumbre cobra el hálito de vida que aún quedaba entre las penumbras de su alma.
Pasan los siglos, el tiempo es un eco infinito. Arenas solitarias cubren hoy a la mujer que dejó entre piedras y relámpagos de sueños, a su corazón enterrado en la secreta soledad de alguna playa, sin destino.
Migdalia B. Mansilla R.
Fecha: cuando las armas se oxidan y roen y matan lentamente.
Diciembre 17 de 2006
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