Soy el color de los vientos del invierno y también de la primavera. Cobro
cuerpo en triviales dioses descarados que rellenan las almas de vacío,
que navegan la deriva con una candidez absolutamente milagrosa, mientras
pervivo el alegre desgarro de todos los nacimientos del universo.
Sé como encontrarme lejos de todo, y a la vez sufrir sobre la nada
expresada por oscuridades ajenas, que también son tiempo y son mi tiempo, o son
parte de mi tiempo. De vez en cuando, entre tanta necesidad de cercanía, ya
frustrada por ese colmo de martirio que me empaña las verdades que
sospecho son profundas, me apropio de ellas para continuar. Y allí perduro, o eso
creo, entre la nueva penumbra y más despacio, con la esperanza de ver el
color que posee el camino a través de otra frontera.
Así es como autodestierro a la vida cuando me aburre y me vuelvo capricho
al verme afuera del lazo agua-cielo. Porque intuyo que es el mismo centro
para una diferencia impenetrable y porque soy tiempo, es que siempre busco
irme, es que me voy. Más no me alejo.
Mabel Bellante
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