sábado, 30 de mayo de 2009

ASÍ DE SIMPLE

Así de simple. Sin escándalo.

Vibrante el sonido de esa Voz. Adentrándose, deslizándose suave, sin escándalo, en esas tinieblas de ese pueblo fantasma. Voz que arde, que horada, que empuja, que goza.

La oscuridad y el sigilo se entrelazan. Fornican plácidos entre las sombras de los cuerpos vírgenes. Penetran en las largas noches del alma. Los intuyen los sentidos internos. Sin escándalo. Copulan ahogados y con las bocas mudas. Acceden sin herir, sin llamar al dolor. Lenguas reptan por los pliegues de la carne interna. Se regodean hasta el fondo del pozo. Natura los mece apaciblemente, sin hacer uso del escándalo.

Simple. Así de Simple

Muy lejos de allí se despierta un caminante. Se despereza. Desnudo se alza del camastro y sin dudar un momento, emprende un largo viaje. Va atento buscando y encontrando lo que ha de fardar. Callado, absorto, lerdo, guiado por la Luz. Siguiéndola, trilla mil sendas. Deja en cada palmo algo de su archivo. Quiere el mejor alfayate que le fabrique un vestido regio para ir a una boda. Va al encuentro de su Novia.

En ese recorrido, llega al parque central de una villa donde encuentra a un maestro predicando. Se queda a escucharlo. Se entusiasma con el ardor que ese hombre le pone al discurso. Muy adentro de su ser, sus sentidos internos, atentos confrontan el mensaje de ese orador. Sigue escuchándolo. De pronto le llega el resultado del análisis de esa arenga. Decepcionado baja la cabeza, da la vuelta y sigue su andar. A sus espaldas va dejando la perorata del hábil ilustrado.

Mas adelante encuentra el Río, alguien lo tiñó de rojo. Pregunta a los lugareños el por qué de ese color y todos le contestan al unísono que una virgen fue violada y que después del crimen le escurrieron las entrañas en esas aguas. Simple, Así de simple. Abusaron sus carnes, sus emociones y pensamientos. Laceraron su mutismo. Quedó profanada su Arca. Desparramado en el ambiente ha quedado su secreto.

Simple. Así de simple.

Los criminales, escandalosos, ahora vociferan que “ellos” eran los dueños de su aliento.

Aquella antigua y dulce “Voz”a ella ya no le llega. Quedó sin inocencia, sin candor. Forzado su portal. Ella, una más ante el silencio cómplice. No hay caminos, solo una triste huella. Un débil rastro que se fuma el viento.

Aquel caminante siguió atientas, inerme, triste por siempre, por aquellos caminos inciertos… No quiere escuchar los discursos ilustrados ni desea volver a ver ríos de aguas rojas. Solo añora su camastro y la junta lasciva con la oscuridad y el sigilo. Quedó hastiado del mundo que vio, lleno de maestros, pero... ¿Sabios?

¡Así de simple!




Ana Lucía Montoya R.

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