La magia de la vida es como el cristal de un espejo. Solamente si te recreas con todos los sentidos en ella, aparece como un reflejo de ti mismo. Tal vez por ello no se pueda encontrar en las situaciones en que las luces del cerebro permanecen apagadas, extraviadas en lamentos depresivos o cuando se ve el vaso medio vacío y no medio lleno.
Cuando era joven, casi un chaval, me conformaba con vivir hasta los cuarenta y apuré al máximo mi existencia. En un horizonte tan corto no cabía el espejismo del futuro. Tal vez, también, ese concepto de proximidad con la muerte me hizo tomar muchas decisiones que no se correspondían con las de uso corriente en la mayoría de los congéneres, decisiones tales como no terminar la tres carreras universitarias que empecé, no acosarme a plazos de hipoteca para disponer de una gran casa y no trabajar de ocho a tres como un autómata el resto de mis días. Luego conocí la poesía de Manuel Antonio, de Rafael Alberti y de tantos otros, así como su visión poética, basada en que el poeta se debe colocar en los extremos o los polos y desde ahí hacer poesía para así decirle cosas nuevas a la gente, cosas que, habitualmente, desde su óptica común, no suelen ver. Es decir, algo parecido a llamarle, por ejemplo, "procesión de disparates de luz" a la
hilera de farolas que, por las noches, se refleja sobre las aguas en el puerto de Rianxo, en lugar del típico "te quiero, te adoro, eres un tesoro" a la enamorada de turno en un tono de como si uno hubiera descubierto la pura esencia de la poesía. Todo eso, desde luego, sin sentirse coartado para nada en la libertad creativa a la hora de la utilización de las palabras.
Y a estas alturas, cuando tan sólo me quedan dos o tres meses para cumplir los cincuenta y dos, he de confesar que me considero un ser privilegiado. Firmaría ahora mismo, si en el libro del destino se pudiera firmar una declaración de conformidad con lo que éste me ha deparado. Estoy disfrutando de una vida plena. Mi despacho queda situado tres plantas más abajo que mi vivienda, lo que me exime de desplazamientos inútiles. Dispongo de amigos y amigas que son tan poco comunes como yo, y, por lo tanto, seres, cuando me encuentro con ellos, que me aportan una riqueza espiritual y empírica que trasciende todo lo material y me hacen llegar a pensar, incluso, que el acelerador de partículas del que tanto se habla en estos tiempos, ya ha comenzado a funcionar y ha tomado mi cuerpo como elemento inaugural para sus experimentos. Tengo, además, la sensibilidad suficiente para disfrutar de este privilegio existencial, a sabiendas de que hay gente en el
mundo a la que la lotería no le ha sonreído como a mí, lo que siempre me ha motivado para desarrollar tareas que repercuten de una forma positiva y tangible en toda esa población desfavorecida. Es decir, en unos términos más llanos, lo que trato no es de dejar de disfrutar yo como lo hago, sino intentar que el resto de los mortales disfruten tanto como yo de este pelotón de minutos que nos está fusilando a todos desde que nacemos.
¿Y a que viene todo este rollo pseudofilosofí co, se preguntarán ustedes? Para mí está muy claro. El pasado viernes presenté mi libro "El latido de las horas" en los viernes del Sarmiento, en Valladolid. Ha sido un fin de semana espectacular, como diría Juan Fanti, el marido de mi amiga la poeta argentina Ana Guillot. Lo más importante no fue que se llenara la sala sino que tuve la oportunidad de charlar con un viejo amigo, una persona que en un momento dado me cambió por completo la vida, no sólo en las cuestiones económicas, que también lo hizo, sino en el planteamiento existencial, lo cual le agradezco enormemente.
Lo he visto más viejo, a sus 74 años, pero en espíritu sigue siendo el mismo, a pesar de que lo han abierto de arriba abajo, extraído el hígado para un revisión completa con amenaza de transplante, tajeado a placer por el cirujano donde la espalda pierde su honroso nombre, como decía Cervantes. Es una persona carismática. Recuerdo, incluso, que cuando él era político, los trepas, y los que ansiaban sus cargos, para desvirtuarlo, le llamaban hasta buena persona. -Es demasiado buena persona para ser político- decían, lo cual te llevaba a la conclusión inevitable de que para ser político hay que ser un auténtico hijo de puta, con perdón para los que sanamente les haya tocado en suertes ese destino en el sentido literal de la palabra y que merecen mi más profundo respeto.
Al día siguiente, el sábado, me reencontré también con otro viejo amigo. Hacía diez años que no lo veía, pero seguía también igual. La gente no sabe que por sus manos han pasado mil seiscientos millones de euros, como mínimo, en los últimos tiempos, y que ha realizado el proceso de asignación de recursos sin llevarse al coleto ni un solo céntimo. Nos permitió a mí, y a la persona que me acompañaba, disfrutar de un tentenpié en el stand de la feria Intur de turismo rural, ofrecido por el Ayuntamiento de Valladolid, que ya nunca olvidaré en lo que me resta de ciudadano de a pie por su generosidad, para luego invitarnos a recitar en la fiesta con la que la Comunidad Mexicana festajaba las "Adelitas" en Castilla Y León. Allí había gente de Querétaro, de San Luis de Potosí, de Guadalajara, de México D.F y de tantos sitios de aquél país que hasta me pareció que dentro de poco la antigua capital de España tendrá que cambiar sus
colores por los de la bandera mexicana. Hubo también una invitación a una discoteca, pero el cuerpo ya solamente pedía una copa de cava fresquito en la intimidad del hotel con una buena compañera para que la ecuación de los sueños resolviese su incógnita más profunda.
El domingo comimos con el amigo que tanta trascendiencia tuvo para mi vida, y con su mujer, que se encuentra en un proceso de despedida de la vida, víctima de un cáncer con metástatis, en uno de los mejores restaurantes de Valladolid, La Parrilla de San Lorenzo. Ella ya casi no me recordaba pero yo sí a ella, pues siempre me recalcó, en el tiempo y espacio en el que coincidimos, que yo tenía los ojos muy bonitos y una mirada muy profunda. Fue toda una lección vital su entereza. Los admiro. A lo largo de su vida, probablemente, hayan viajado, vivido en y conocido más paises que nadie, desde Brasil hasta Namibia, desde el pequeño pueblo de Salamanca, Mazuecos donde nació su marido, hasta Mataró donde vio la luz ella, pasando por todos los lugares que ustedes se quieran imaginar. En 1987 habían conocido cincuenta y seis países y desde aquella sé positivamente que no permanecieron quietos. Los considero tan privilegiados como me siento yo, que
aspiro a que el horizonte me trate igual de bien que a ellos en lo que me resta por vivir, pero, sobre todo, los envidio sanamente porque ellos disfrutan del privilegio de haber sentido siempre el vaso medio lleno y no medio vacio. Ellos siempre se han querido y respetado desde que se conocieron, y pienso que, tal vez, yo tenga la misma suerte en un futuro próximo y encuentre a la persona adecuada, que me proyecte más allá, y con la que tomar la copa de cava fresquita en el hotel de los sueños hasta que el destino se digne suprimirme de esta realidad tan maravillosa que me han hecho sentir los amigos.
Noviembre 2009©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.
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