domingo, 3 de enero de 2010

Eduardo

Eduardo es un hombre que suele pasar frente a mi casa.
Cuando lo hace se apoya en una bicicleta a la nunca se sube. La usa como sostén pues le cuesta caminar.
Al parecer sus piernas sufren una polineuritis.
Del manubrio cuelga algún paquete de cosas para alimentarse.
De tanto en tanto simula arreglar el sostén de los paquetes.
Lo hace para afirmarse y descansar.
Su aspecto es pulcro y austero.

En alguna ocasión lo he escuchado cuando increpa al espacio cosas que le han sucedido.
Es su forma de expresar alguna queja al viento y luego se calma.
Sigue caminando lento.

El domingo (hoy ) lo atajo y le ofrezco un paquete de ciruelas que han crecido en mi árbol.
Me doy cuenta para qué lo han hecho.
Para relacionarme con los demás y, tal vez, alegrarlos un poco.
Allí supe su nombre y él conoció el mío.
Nos llegó el milagro de la comunicación.
Sus ojos se iluminaron y tocó mi mano en agradecimiento.
Pero su mejor forma de expresarlo fue su sonrisa.
Un simple gesto...un gran gesto.
Inolvidable y sencillo como la vida que nos empeñamos en complicar inútilmente.


Oscar N. Galante

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