Mi deber es inclinarme sobre la angustia de los hombres,
de la que he decidido curarlos: Saint-Exupéry
Ahí vienen, con la pierna de más o alguna pata rota.
Judaicos narigudos, chatos o aguileños con inversos respingos.
Vienen o están llegando tus hijos, Siglo, marionetas
que no hallaron para sí quien mueva sus cordeles.
Tus hijos de la angustia, baleados en la espalda,
traicionados en la guerra, arrasados en las calles,
bombardeados desde el aire; tus hijos que preguntan
si ha de ser por su fe que salten al vacío.
Tus kierkegaardianos amantes sin nadie que les ame,
tus desesperados por amor como Larra(s) tardíos,
tus intensos culpables, remordidos en celdas,
con cicutas siberianas por alcoholes, a media copa
de comerse el suicidio. Son tan dostoyevskianos,
y como padres e hijos, por edad escindidos,
por nihilismo contagiados y enfermizos.
Otros a colgarse narcísticamente del ombligo,
llegan o llegaron y desde colmenas celianas y balcones,
se les mira, bohemios a medias, vulgares por completo.
Ahí vienen, sospechosamente metafísicos,
los herederos de Quevedo. Vienen de la crisis general
del fin de siglo dizque para inaugurar su vitalismo triste,
casi tango, o desarraigo denso, sin bolero.
Y, anacrónicos, asoman y les importa un bledo.
De la Guerra del 14, con definida noción
de imperialismo, se presentan y maldicen el hambre
lo mismo que al anarco y al sindicalismo;
el rico es más rico y el pobre más gritón y jodido.
¡Qué mucho sufre el hombre por causa del salario!
y, al final, fachos, individualistas por consenso,
esquinados, represivos, persignados.
¡Amargos! odiando a Dios, la familia, la patria.
¡Qué asquerosa, desde Praga, la escena de la angustia,
la avanzada de tanques, la voluntad quebrantada;
qué íntimamente duele a los rilkeanos y a Kafka
y al que probó tu sopa lentejuna, Kierkegaard,
y se inventó el gusano, o algún tamaño bicho
que salpicara el caldo… ahí vienen, Pirandello,
personajes sin padre, huérfanas voces sin autor,
tus hijos, mugre Siglo, calendario pindoncho
y sin pudor para entes anhelantes de ser,
buscadores perdidos (¡sombras de orfanatos!)
unab vívida insensatez los maldijo o los parió
y un carajudo y lujuriado nihilismo los trajo!
¡Cómo son mustios por causa de su frustrada plenitud!
¡Qué estúpido afán de hasta querer ser dios
por hambre de absoluto, qué pasión más inútil!
Joseph K es el primero que ha llegado, Saturno,
padre del karma jodido, y del laberinto donde irá
y de las muchas leyes que aún lo persiguen;
tener ansias de diablo y Dios y democracia
y capital y puta burocracia y no saber
quién entrampa primero. O quien da la libertad…
De este proceso injusto nunca sabrás el por qué,
ni qué delito... Llegó un varón. Es absoluto y fino, Siglo,
mira quién es, o escupe, burócrata del siglo, porque quiere
buenos ciudadanos y viene meticulosamente vestido,
con el corazón al revés y habla de progreso
y futuro y orden nuevo y ya llegó, disparó
la primera pendejada, al recordar: «El patriotismo
es mi Dios». ¿Qué hago padre? ¿Lo recibo?
Abrele paso, Siglo.
Vienen, vienen... ahí.
No todos son tullidos ni parecen tristes, amargos.
No todos con manos sucias se llegan,
o con náuseas se exhiben; pero, renquean.
Vienen con una pata demás, o el corazón
a sus pies, herido...
Carlos Lopez Dzur
8-12-1995 / «Estéticas mostrencas y vitales»
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