lunes, 13 de abril de 2009

relato sin título

Cada uno tenemos nuestra forma de pensar, tan distinta en cada cuerpo. Tenemos la facultad de poder compartir ideas, inquietudes, enseñanzas, darnos consejos y tener la capacidad de aceptarlos o no. Somos seres humanos, lo que nos diferencia del resto de los animales es la palabra, alguien dijo que debía ser así y lo hemos dado por válido sin discutir.

Así es la vida, cada uno se preocupa de lo suyo, cada cosa está en su sitio, ocupa un lugar en la historia y camina al mismo tiempo que el mundo, ese mundo lleno de seres vivos, de recuerdos y huellas que se han hundido, se han perdido y han quedado atrás. Luego llegaron otros y volvieron a pisar el camino, a dejar la huella marcada, una estela que se ha vuelto a hundir para luego volverse a perder. Es la rueda de la vida, todo acaba y vuelve a empezar con otros ojos y otras miradas, con otros pies y otras manos, ocupando el mismo lugar en otro tiempo.

Hemos construido encima de los recuerdos de otros, borrando la memoria del pasado y dejando tan sólo pequeñas pinceladas al descubierto, gente que habitó antes que nosotros e hicieron del planeta su hogar. La tierra esconde secretos que vamos desenterrando, dejando al descubierto la melancolía, los pasos, la siembra de todo lo que comienza y se reforma con los años vividos.

La luz de las estrellas ha brillado desde siempre acompañando a los viejos caminantes, buscadores de algo infinito, cantantes de luna llena y poetas que son blanco de la esencia de los árboles, del brillo del Sol que radiante aparece por la línea del horizonte, como el rey del firmamento, majestuoso ante sus súbditos.



Erika Martínez Rodríguez

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