miércoles, 7 de octubre de 2009

El Relato posmoderno de las Grandes Ilusiones

El mundo puede ser materialmente
muy hermoso, hay que ayudar a forjarlo
y yo lo quiero así, pero no es suficiente.
Preciosa sea la convicción de alma.
Sin su hermosura, por más bella que sea la geografía,
un mundo de mentira se tiene.
Una cloaca es el mundo, vómito expandido
para la compulsión de consumo.

El trabajo puede ser honorable, el verdadero apero
que redime, la ilusión de cada mañana productiva,
el anhelo que se tiene después de la noche de reposo.
Yo quiero ese trabajo, creativo, dignificador
de mi día; pero, fatigado de acoso
por explotadores, condenado a la voluntad
del miserable, el trabajo me aliena,
me empobrece. La producción se vuelve
la factura que encadena, la mentira, el cebo
para engranarme al sistema de mi oprobio.

El conocimiento es el misterio más amado,
lo inagotable, lo indispensable, victoria que corona
a los puros y yo lo necesito como mi alimento.
Sin sentido... las cosas no brillan en sus méritos.
Sin esa luz, el mundo está en lo oscuro;
pero, mire usted, lo novedoso y atrayente
es ídolo carente de verdad, de valía.
Es sólo una lujuria de los ojos.

Yo no quiero ese infinito bombardeo
de la costumbre vestida de palabra y dobles intenciones.
No esos medios que para comunicar mercadean,
reprograman, aturden, reconstruyen su parche
de malicia. Manipulan, mienten, aridecen.

Quiero el amor, lo que da paz y empatía.
Lo llamo conformidad, aceptación, convivencia,
pero, incondicional no es. Y lo que doy y lo que tengo
parece insuficiente y me siento que no puedo
merecerlo. Orilladas están sus mil invocaciones.
Mi amor se ha convertido en soledad,
anónimo llanto, dolor escondido en la sonrisa
hasta que venga esa muerte transmoderna
y me recoja en el seno de su anhelo.

Hay grandes figuras carismáticas, modelos de ser
que no son tal vez celebridades; pero son lo profundo,
lo ejemplar, lo modélico, yo quiero amarlas.
Las admiro y no puedo alcanzarlas porque son
como ajenas y ellas no están conmigo.
Son como divas que hacen lo que les da la gana.
O los centros de poder las ocultan,
vedándolas, las manosean a gusto
y le quitan el lustre.

Son el lujo de aquel que las controla
y las pasea como a perros de raza por las plazas
de sus presunciones. Entonces, me conformo
con los seres sencillos, humildes, olvidados,
simplemente mediocres, aislados, en el mercado
de la cultura popular. Seres como yo,
quizás incomprendidos.

... porque ya la ideología está desmeritada
y el contenido del mensaje se condiciona y se vende.
El mundo está rehenchido de mejores postores.
Con la imagen decorada, todo se sustituye;
ya nadie quiere amar lo profundo, ya no se cree
que haya verdades, no se cree en nada
que no se venda y no se toque.

Lo mismo vale una ilusión con los pequeños ídolos
que te dañan los ojos y la ansiedad del alma.
Las convicciones valen lo que el apetito
y te alimentas con escoria y formas vanas,
bisutería de cínicos, correctamente audaces
que devoran y corrompen.

Por eso lo que no aparezca admitido por ninguno
es lo que a mí pertenece. Estoy donde no está nadie
y nadie quiere estar. Ahora no me interesa
el mundo hermoso, ni el avatar de los célebres,
tampoco el mundo de grandes triunfadores.
No me interesa el amor de los felices
ni el dolor de los grandes sufridores.
Me hace daño.
No me interesa el sentido del fracaso
ni las revalorizaciones fragmentarias
del cosmos y el origen.
No me interesan las Grandes Ilusiones.

Carlos Lopez Dzur

De Las zonas del carácter

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