La ciudad por la que transito se mueve entre la belleza y el encanto, entre la mirada de los turistas, que atentos a todo, han encontrado el orden en esta caótica ciudad, la elegancia por la que se mueve el viento, el cavilar de los días y el ruido de los coches. Son los turistas los que saben apreciar el lugar, los descubridores. La novedad nos embriaga, nos llena, nos transporta a la niñez en la que cada cosa que veíamos era extraordinaria. Los que ya viven y se han acostumbrado no se fijan, caminan pensativos por las calles sin pararse a observar, dejando la huella de los pasos, cruzándose con desconocidos a los que ni siquiera miran.
Cuando dejamos la autopista aparcamos el coche y salimos, me quedo de pie en la acera y alzo la mirada, en el cielo ya empiezan a asomar las primeras estrellas, aunque con las luces de la ciudad no se pueden ver bien.
Una suave brisa recorre las calles, por las que sólo caminan los que vuelven del trabajo, o los que han ido a algún recado. Las luces se empiezan a encender en las ventanas de los edificios, es la calidez del hogar, la vida en familia. Cuando entro en mi casa viene la paz, la tranquilidad de sentirte en tu ambiente, la seguridad que te da tu rincón.
El calor que te dan los que te rodean es importante, te sientes bien, lleno de vida. Los gestos que tengan hacía ti te dan tu sitio, ocupas un lugar destacado para alguien y ese alguien se preocupa por ti. Eso es el cariño, el amor, la amistad o todo lo que signifique relacionarse con el prójimo. No sabemos vivir en soledad, no es una buena compañera y en ocasiones es triste.
Intentamos buscar un barco que no vaya a la deriva, encontrar el camino que nos deje en buen lugar. Por eso vivimos rodeados de personas, cada uno diferente a otro, con su propia experiencia y aventuras que contar.
Porque en la variedad está el gusto y hemos logrado hacernos únicos, que la esencia se huela por todas partes, se respire en cada aliento, que al cruzar la mirada con la persona que te hace feliz, le puedas ver el alma en el blanco de los ojos. En esa pequeña distancia que nos separa el tiempo se detiene, se muestra afectuoso y renace la plenitud del alba, donde nostálgica deja caer sus deseos como gotas de rocío. Sientes que respira a tu lado, en la soledad nocturna, cuando enredados entre las sábanas te dejas llevar por los minutos que se pierden en el tiempo.
El otro día soñé con un enano, parecía sacado de la película de Blancanieves, con mucho pelo negro y barba que le cubría gran parte de la cara, tan sólo se le veían los ojos oscuros. Ahí estaba en mi habitación, mirándome desde el pie de la cama, como si quisiera decirme algo y no le salieran las palabras, entonces desperté y desapareció. Mi marido ya se había ido a trabajar, miré el reloj de la mesita, todavía podía dormir un poco más, era muy temprano.
Erika Martínez Rodríguez
No hay comentarios:
Publicar un comentario