Todo el mundo te trata como una pendeja
y tú sí que a los pesares amortiguas,
aguantas mucho, soportas. calculas
lo que haces para ser consolante,
pero el dedo no se te quita de encima.
«¡Eres cobarde!», te dicen hasta los llorones.
«Eres desvergonzada» , afirman los truhanes.
Todo el mundo te trata como si fueras
el asco de la tierra y ellos, inconscientes
sólo están bebiendo babas, escupiendo hacia arriba,
saboreando gargajos y maldiciones.
Es que pareces tú pordiosera,
harapienta vestidura para el alma,
una emoción en estado de sitio,
una ciudad miserable, bombardeada.
Por eso todo el mundo, pobre y rico,
extroverso de palabras, timoratos de tierria,
inauguran la lengua para insultarte;
se arrancan sus ojos
para ser más que míopes y no verte.
No te bendice ninguno, excepto yo,
y a veces siento que me amarras,
pero no me atrevo unirme a ese coro
de hienas que quiere acción
aunque con ella no vaya a ninguna parte
y no saque otro fruto que las premuras
y las esquivocaciones.
Entonces, cuando los veo que llegan
maldiciendo, echando fieros
y desquitándose contigo, es que te comprendo
y veo que sonríes y no dices nada,
excepto ser como eres:
¡ay, paciente y sabia!
... pero la realidad de tus acusadores
no cambiará. Siempre te tratarán
como una pendeja.
03-12-2000 / «El hombre extendido»
Carlos Lopez Dzur
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