Una vez al
soñar, me perdí en el intento
de ser dueña
del alba sin Pegaso ni viento.
La ambición me
sedujo, el talento me ajó,
me lancé al
laberinto sin Ariadna o Teseo,
me miré
mariposa abrigando el deseo
y el enorme
egoísmo de jugar a ser yo.
Como el
vientre vacío de un asceta en la roca
que lamenta la
suerte de su pálida boca.
No permite mi
sueño conocer la sustancia
que agazapa la
muerte en su lógica eterna,
de
engendrarnos paciente en su nada fraterna,
apagando la
lumbre que cuidó nuestra infancia.
¿Qué misterios
sombríos entorpecen el paso,
secretos que
emblematizan el eterno cañamazo?
Hombres
desangelados por codicia y por temor
maceran sueños
de hadas, embruteciendo la mente
limpia de
improperios vanos, poderosa, incandescente,
contraria a un
cuerpo llagado por la ira del dolor.
¿Cuánto he de
vagabundear tras el vuelo de alas,
un ángel niño
o el cuervo en la cabeza de Palas?
Porque el
poeta afiebrado grita al cielo nunca más,
y el ángel
suplica al hombre que no implore en la tiniebla,
poeta y hombre
sonríen por la razón que aún tiembla
de odio y
resentimiento cuando mira para atrás.
El sueño está
malherido, desangra roja ilusión,
busco la nota
blanda de su incesante canción.
La que late en
las entrañas con retumbo endemoniado,
y devasta los
imperios de pecadores impíos,
orientando
alta la proa de un velero poseído
hacia el
horizonte azul, intruso y emancipado.
La vigilia me
salva del abismo impiadoso,
que en el
sueño se muestra como un diente y un pozo
Y Cerbero en
tres fauces impidiendo al mortal,
a las puertas
del Hades transitar por adentro
sin la música
órfica aquietando su centro
de fiera
domesticada por Hércules inmortal.
No me doy por
vencida ni abandono mi sueño,
que transita
este páramo solitario y sin dueño.
Porque ansío
ser yo la que marque su hacienda.
Y sembrarla de
historias, cantos, mitologías,
construyendo
más tarde lares y cofradías
que soñarán
sin recelo cuando el ojo se encienda.
Me niego a
justificar mi soberbia presente.
Del mundo que
me rodea tomo y saco, fácilmente,
lo que al
sueño le reporta una ganancia sumisa.
Y lo ensancha
de pasión, lo transforma en desenfreno.
Que no es otro
que el amor, cáliz del mal veneno,
que al sueño
eterno ha de atarnos con pena pero sin prisa.
Graciela
Holfetz-
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