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viernes, 2 de noviembre de 2007
La huérfana.
“Adiviné que la muerte /
había dormido en los floreros de mi casa.”
Margarita Muñoz
(México)
Le bastó una mirada desatenta
para ver que la sombra había mutilado los últimos relojes,
para entender el gesto desatando los hilos de la urdimbre,
inmolando esperanzas al borde de septiembre,
al filo del insomnio.
Le bastó una mirada
para observar el rastro aplastando las hierbas
en la entraña maldita de esa noche vestida de silencio.
Le bastó una mirada sobre el seco inventario de su piel indefensa
herida por el rabo antropomorfo.
Fue cuando los eclipses de sus manos,
cuando un eco mordido de agonía impaciente emprendió los destierros
hacia los laberintos donde oculta la vida su derrota,
cuando su voz se abstuvo de encender la mañana,
de nombrar el asombro.
Cuando todo su aliento,
con un gemido ronco, se detuvo en la náusea,
e impugnó cronogramas amarillos de implacable tristeza.
Cuando todo su agobio naufragó en las rompientes de una luna sin párpados
y se hundió en la espesura del despojo.
Y empecinó un refugio en cada augurio,
cada promesa exigua, cada antiguo milagro, cada ritual solemne,
se inventó un evangelio para oponer al tiempo de la ausencia,
proscribió la palabra de garras ofensoras,
edificó el sollozo
y anduvo ciegamente
la memoria cautiva en sus breves ternuras,
en la delicadeza desdeñosa de sus duros misterios...
porque ya no podría salvarla de los miedos, custodiar sus angustias,
rescatarla del hielo de sus ojos.
Norma Segades
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