viernes, 13 de junio de 2008

EL ORIGASMIO

Las sujeto con los dedos, como acariciándolas. Se ponen tensas, casi de textura acartonada, pero suaves como el origami.
Por la calle, bajo la ventana, un desfile de escotes me pone a cien. Son las ventajas de tener situado el despacho en un entresuelo, en zona peatonal y comercial. La visión del canalillo es magnífica. A veces incluso juego a las adivinanzas: ésta tipo platillo, esta otra ubre de cabra, ésta tipo escoba caídas hasta el suelo, todavía instalado en el recuerdo de aquella clase magistral de antropología, cuando cursaba primero de medicina, y en la que no se oía respirar ni a una mosca si el profesor se ponía a explicar las variedades.
Tiro suavemente de las puntas y reaccionan al estímulo. Se ponen rígidas.
Me gusta ver pasar a las mujeres bajo mi ventana. En muchas ocasiones me enamoro perdidamente de alguna de ellas, sin que se den cuenta. Observo cómo caminan, cómo se contonean, cómo se detienen ante un escaparate y se remiran en el reflejo del cristal.
Noto el calor aproximándose a mi cintura y me excito. Aprieto los dedos y, al hacerlo, noto que inconscientemente empujo, echo hacia delante el cuerpo en un voluptuoso ademán, como un toro de un solo pitón aceptando el reto del capote. Cuando tiras de algo con fuerza la cintura hace contrapeso y se dispara. Me aproximo a aquella excitante fuente de calor. Me arrimo ya sin ningún tipo de pudor hasta casi quemarme, piel con piel. Lo introduzco todo mientras sigo tensando con los dedos. Va entrando y yo acaricio la superficie con ternura para que se mantenga lisa y suave. La pongo a punto como si fuera un verdadero mago de la seducción y no se me eche atrás en el último momento o se enfríe.
Miro otra vez por la ventana. Me gusta la morena de la izquierda que se ha parado a ver el sujetador negro expuesto en la tienda de lencería.
Pongo toda la atención para hacer que las partes coincidan al unísono en el momento cumbre mientras sigo apretando, tensando con los dedos. Ah... Aaah... Aaaaah....Siento un gratísimo estremecimiento. Después, me relajo. Operación concluida.
Giro la vista. La morena desaparece en un segundo, dejando el escaparate vacío.
Entonces retiro las pastas del libro que, una contra otra, para que solamente resulten por una cara, me encontraba plastificando. Las separo y apago la máquina no sea que se me queme. Todo está listo para el encolado.

Abril 2008©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España
www.eltallerdelpoet a.com

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