A Adrienne Rich, alta Hermana en la noche, soror.
Ahora y antes de que sea demasiado tarde.
Y TODAVIA ENTRE NOSOTROS
Wozu, Dichter?
en esta luz frágil recordarte,
Hermana, alta muy alta
hoy entre nosotros,
una vez entre nosotros
en la noche profunda del mundo
bajo la voz y los gritos
y entre los escombros
de Bagdad o de Haifa,
sordo ya por el llanto atroz
de sirenas que no salvan,
recordarte -recordarte
y en largas marchas
sin otra cruz en la boca
en la simpleza del minuto
recordarte como el cielo
graba el trazo de un cometa
recordarte
en el exilio caído dentro
y estos rotos tan rotos
cristales del alma
recordarte, hoy entre nosotros
todavía entre nosotros
a ti que tienes la exacta
edad de mi padre
la nacida donde Poe
la que lleva adelante
el jirón retorcido
de nuestra última bandera
la que nunca van a pisar
impuras pezuñas ni botas;
a millones de años de luz
del lobo negro
en su casa blanca
en amplia vigilia los ojos
ah tan abiertos
a este denso tiempo
de hierba agostada
pero nunca te vayas de aquí
todos los ágiles reyes
de violados bosques
te esperan en silencio
te llevarán en andas
cuando mueras
serás espectro radiante
y Mujer
en la gloria
de sus cornamentas
y no será preciso ya
hablar de árboles
con metáforas puras,
si alcanza un eco de tu verso
para hacer una pradera
en el ojo de la borrasca.
A ti, hermana Adrienne,
la muy amada en el Norte,
alzo ahora tu canto
y sobre todos los huracanes
lo alzo de nuevo y lo llevo
herido numca muerto
hasta cualquier otra vida posible
a través de la metralla lo alzo
entre niebla,
a Nazareth y a Beirut
a tus interminables exilios
hasta la más extranjera
mujer de tu tribu
lo abrigo y lo alzo,
con sangre y lágrimas secas
lo alzo y me ampara
la sombra de la sombra
de tu mítico nombre
lo alzo y me ampara,
lo alzo y me ampara.
Al fin los misiles, los tanques
silencian sus bramidos,
hasta los asesinos más viles
callan,
si grito ahora la sola
mitad del poema
y pregunto en tu nombre:
-¿Qué tiempos son éstos?
se mueren todos
y cada uno se muere
ante ti
vil metal retorcido
mugriento
de pura vergüenza.
Alejandro Drewes
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