Hoy estuve viendo el ajedrez de dos torcazas
con sus pinceles de amor.
Se hacían rostros invencibles con sus picos en el plumaje gris.
Caladas de ternuras
sus torsos hermosos llovían alegrías, llevaban en el pecho
el espejo de la tarde azul.
Sus cuatro ojos se cruzaron infinitamente
edificaban el puente
con el que mantuvieron un estrecho hilo,
un acueducto para un solo río, un cauce para un solo eco.
Hicieron nidos guturales con el crepúsculo a cuestas,
sus vocales reposaban en sus curvos gestos
como sus vuelos
nadaban frente a mi, con piruetas practicadas al ritmo del viento.
Un armonioso ballet de dos voces
y un entendimiento dionisíaco lo acompañaba.
El mar quieto, al fondo edificaba el horizonte
perdido, sujetado por sí solo, y un sueño
iba fatigado levantando entusiasmo
sobrevolando las jaulas
y viendo caer las horas rotas, deshojarse en la armonía
de las torcazas que se acariciaban en su juego de ajedrez.
En sus almas se predicaba amor
un amor contagioso como la tarde aguijoneada por el naranja
crepuscular
y un azul indeleble para el sueño
y sus palabras calladas,
indecibles
zurcido por el tiempo.
Hoy las extraño en su ballet luminoso.
En su imagen, más me ahínco en la pureza de haber vivido frente a
ellas
Y estar frente a un mar disuelto por lo quieto que se sujeta por lo
lejano
de su horizonte perdido,
con el cual me voy rehaciendo el sueño,
la nostalgia del cuerpo.
Luis Gilberto Caraballo 2008
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