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sábado, 20 de octubre de 2007
Memoria Granizada
La lluvia graniza se derrumba sonoramente en esta calle de mohosos respiros, casi inmolados, insignificantes, volteo y el alrededor abrupto aprieta mi bufanda y aspiro con ganas de aplicar una sentencia que me permita escapar de este momento.
Los otros (que en veces soy yo diría mi psicóloga) corren para refugiarse de la intemperie y el gris de las nubes se coloca en esta idea que alguien querrá escribir para caminar en un verano ideal, pero me quedo en la sensatez y prefiero cubrirme debajo de este parabus.
Los autos pasan volátiles sin omisión, mi suerte se desprende de la tarde y en consecuencia me rasgo con el viento. El sonido del granizo lanza veredictos que nadie quiere escuchar, y es que al estar sordo de este instante veo que en la acera de enfrente está Alejandra con su gabardina negra.
Quede de verla después de la sesión, es una costumbre sin tragedias, sin abandono, pero cuando llueve nos quedamos de frente esperando a que todo pase. Es una manía suya, piensa que estropeando momentos como este, se puede alterar al destino sin permiso, es sin duda una superstición certera y precavida de vida.
En consecuencia, me muevo a los lados siguiendo la línea que delimita el cemento cortado y la saludo con la mano. Levanta su brazo indicándome el que ya me vio, se sienta para esperar y de repente siento una mano en el hombro, me sorprendo, es Andrea, se deja ver seria, mojada, se quita agua de la boca, le pregunto: -¿Qué haces aquí?- su cabello se pierde con la lluvia y me dice: -ayer hable con ella, Tomás sigues con lo mismo-.
Este diálogo se presenta como una parte del destino que no quiere mover Alejandra, volteo a verla y sonríe maliciosamente, se balancea de a poco, su cabellera se sigue como péndulo con su sonrisa alargada, prendiendo un cigarro empieza caminar en círculos dentro del espacio que le deja el parabus para no mojarse.
Andrea me toma de la cabeza y continúa: -Yo como tu psicóloga y amiga, quiero que me digas una cosa-, me tomo de la bufanda y suspiro: -dime-, me ve a los ojos e inquiere sutil: - ¿Qué esperas?-, contesto: - pues espero a que pase la lluvia para ir con Alejandra, ¿sabes? tiene una manía extraña para cuando llueve, en dónde prefiere no estropear el momento con prisas, ella es supersticiosa, y cree que el destino no debe modificarse- .
-Alejandra esta en Chile, enfrente no hay nadie, ya llevas afuera del consultorio más de una hora y es por eso que vine, hable con ella ayer y me dice que estas mal, por eso te preguntaba-, no contesto, el dolor se desdobla. Nuestro final…lo preferí olvidar y vivir en el cómodo deseo, Andrea lo sabe, y sin miramientos se va enojada.
Me coloco en el ideario parco que sobra de mi necedad y en medio de la memoria granizada me instalo en un espacio, un espacio de locura para poder ver a Alejandra al otro lado de la calle, en dónde ella toma su bolsa y abre su paraguas. Se va, se fue, no quiso interrumpir como siempre, espero, hago tiempo…sí es que el infinito se puede hacer, lo haré, y terminará de llover y después, barreré mis recuerdos, estoy cansado, llevo muchos días esperando a que me hable el destino, pero éste cree en la suerte así como Alejandra.
Andrés V.Elizondo, Octubre 2007
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