miércoles, 19 de septiembre de 2007

El idiota y la palabra

Andrés V.Elizondo

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La ventana del bus se recorre con transiciones continuas en dónde miles de palabras se golpean inútiles en mi cabeza, parece que tratan de darle significado al tiempo que nunca ha de parar. Este singular proceso va pasando en medio de la intuitiva distancia que existe entre la Av. Insurgente y esta historia que voy tirando a la basura (parece que inconscientemente me estorbaba en las bolsas de vida).

Ahora que estoy sentado sin más razón que el continuar el camino, veo a mi lado derecho el bosquejo de mi particular persona en el reflejo de la ventana, el cual se repite una y otra vez convirtiéndose en respiro. Es un reflejo en el que me tropiezo con palabras, pero no puedo hilarme con ellas; siempre han de venir acompañadas de la circunstancia.

Me voy volando bajo en cada causalidad que se viste de acera y las calles me dan historias destazadas, pero no sé que hacer con ellas.

Veo una ventana llena de edificios, dos, tres…espero…

Una palabra se postra de frente, parece no habla por sí sola, sé que no puede. La tomo del aire y se mueve en mi mano como un cansado presagio, la percibo y no muchos la utilizan, huele muy natural.

La palabra se contrae en el miedo que le procura el no poder tener significado aún, es por que se coloca en una frágil espera para poder llegar al instante adecuado y así, salpicarse en la conciencia de alguien más.

Pobre, así por sí sola es hija del azar, le pongo un punto y coma, y después un verbo conjugado. Me río, no le queda…esta demasiado improvisada. ¿Qué hacer con la palabra?, verla…pensarla ¿no hacerle caso? ¿la guardo para utilizarla en otro momento?. No lo sé.

Un niño en el camión se me queda viendo, ve la palabra y parece que le gusta, se ríe. El sentado en las piernas de su mamá mira atento para ubicar que palabra es. Empiezo el juego y hago como que no le veo, siento su mirada sobre el hombro, se hace para atrás y para adelante, parece algo inquieto, intenta llamar la atención de la palabra. Aún no sabe que la palabra se debe escoger de acuerdo a lo que se quiera decir y se queda estática hasta que sea utilizada en cualquiera de sus presentaciones y así, en alguna distracción volverse a perder en este mar de incoherencias; aunque ésta en especial (sin querer) nos esta ayudando a contar esta historia.

Pienso…¿se podrá compartir esta palabra?...

Me levanto del asiento y me siento detrás de ellos, empiezo a silbar y el niño ve a su mamá pidiéndole permiso para mover la cabeza al compás de la armonía, a la madre no le importa, ella está atenta a lo necesario de la nulidad, ya hace tiempo atrás que no necesita ver de las palabras.

El niño se mueve al compás del silbido, sabe que la palabra es nuestra sin hablar. Me levanto, guardo las notas musicales en la garganta y me recargo sobre la puerta, me pongo en cuclillas y con un brazo me sostengo sobre el pasamanos que está a lado. La lluvia de afuera hace que mi idea se evapore y salga en forma de vaho sobre la ventana de la puerta. En ese momento el niño trata de levantarse, su madre le aprieta fuerte con sus brazos y no se lo permite. El niño empieza a balbucear y logra escurrirse de entre los brazos, corre hacía donde estoy y en el vaho sobre la ventana escribe TU, y yo escribo QUE ERES YO. Me río y paso la mano sobre la ventana, borro las palabras, el niño se regresa todo contento a su lugar, utilizó la palabra y la compartió; su madre le regaña, pero sé que al niño no le importa.

Salgo del vagón y huele a inocencia, se que esté como otros estados del ánimo-ánima llegan y se van rápido; por lo que no me preocupo, ya pronto se me quitará y sin duda habrá más palabras por utilizar.

Andrés V.Elizondo

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