miércoles, 19 de septiembre de 2007

UNA BELLA NOCHE

Autor: © Jesús Alejandro Godoy

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Iban caminando, de vez en cuando se miraban de reojo; pero sin emitir palabra alguna. Sus pasos eran grandes, casi majestuosos.
Uno de ellos no pudo soportar más el silencio, e izó la mirada velozmente –de hecho ya estaba más que harto de mirar el camino azulado-.
—¿Y que hay del oro? —preguntó.
—Oro es el tiempo —respondió su compañero, sorprendido por la pregunta, y alzando la vista al instante; y prosiguió—: pero dejémoslo como el oro que es, escondido bajo las rocas bien profundas, así todos se ufanan en buscarlo o soñar con él; a fin de cuentas, estarán perdiendo el oro verdadero, pero nunca lo sabrán valorar.
—Ajá... ehh... bien... bueno... sí —dijo el oyente—. ¿Y que hay de las perlas?
—Perlas son los días; no, los que ya no son, ni los que vendrán, sino los que se viven de a uno, pero dejémoslas en el fondo del mar, bien escondidas en las profundidades, así todos las querrán poseer, sin saber que las verdaderas perlas están bendecidas por cada mañana en la que se despierta vivo.
—Hummm... psssi... bueno... sí —dijo nuevamente su acompañante—. Alzó lentamente las cejas haciendo un gesto de cansancio y preguntó—: ¿Y que hay de las esmeraldas?
—Esmeraldas son las palabras, que trabajadas finamente por almas sabios y labios prudentes, adornan el aire, y hacen que los momentos de infortunio se vuelvan bastas oportunidades —dijo. Pero mejor dejémoslos en las montañas fundidas con las rocas, donde los que los irán a buscar se volverán de palabra, enemigos de su hermano y matador de su compañero.
—Ufff... bueno... ¿Es que...? Bueno... —trató de decir nuevamente el oyente, pero en su lugar lanzó otra pregunta con cierta simpatía.
—¿Y los diamantes? ¿Qué hay de los diamantes?
—Los diamantes son los pasos, y las huellas su forma deliciosa, que atraídos por su resplandor, seguirán los justos de corazón y deseosos de paz —respondió—, pero seguirán estando en la oscuridad de las cavernas, donde los que vayan en su búsqueda, se extravíen en su propio camino, y borren sus huellas por la inmensa codicia que les traerá el sueño de que sus propios pares le roben el botín.
—Ehhh... bueno... bien... ¿Puedo preguntar algo?
—Sí, de hecho hace mucho que me estás interrogando —respondió su interlocutor— .
—Sí es verdad... ¿Y el diablo?
—¡Vamos con esa pregunta de vuelta! —exclamó graciosamente su compañero, deteniendo su andar—.
—¿También me dejarás en las profundidades para que el hombre me busque?
—No... no es necesario que cabe tan profundo —respondió— Tengo otros planes para ti.
—¿Cuáles?
—Ya verás.
—¡Ya verás, ya verás! ¿Y como me voy a divertir entonces?
—Humm... mejor sigamos con las preguntas de lo que deseas que te otorgue de la tierra —dijo su compañero.
—Bien... ¿Qué hay de la plata?
Siguieron caminando largamente sobre los mares sin detenerse, la noche estaba cayendo lentamente. Era una bella noche en la tierra.

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