Ma.Cristina Longinotti
Me encanta que los lectores interpreten mis poesías, porque mi teoría es que hay tantas obras (poemas, cuadros, piezas musicales) como lectores, espectadores y oyentes, por citar solo algunas ramas del arte. Que a uno lo interpreten le abre los ojos y le enseña sobre uno mismo. Dicen que hay tantos dioses como creyentes, porque el de cada cual es necesariamente distinto. Yo no soy creyente, pero aplico esa norma al arte, porque la belleza no es una sola o, si lo es, es tan amplia que no podemos abarcarla en una sola obra. Y el arte es, siempre, "tridimensional" : sin la dimensión del que lo ve, lo lee, lo escucha, sin esa interacción que debe generarse necesariamente, pierde al menos la mitad de su razón de ser, sino toda. Siempre debe mostrarse el arte, compartirse. Hace muchos años me dijeron que, para quien se dedica a escribir, no mostrar lo que escribe es algo patológico. Yo no lo muestro cuando está en proceso pero sí al terminarlo (o creer que lo terminé, porque a veces después cambio algo). No sé: es como si me vieran mientras me estoy maquillando; el resultado siempre es mejor al terminar... Pero, apenas acabo un poema o una novela, corro a mostrarlo para que opinen.
Hace un tiempo, cuando yo era adolescente, se habló en mi familia sobre lo que significa el reconocimiento para el artista. Resulta que mi abuelo, además de trabajar de bancario, era cantante de ópera y muy bueno. Era una persona de una sencillez y bonhomía como pocas veces he conocido y, sin embargo, confesaba que le encantaba el aplauso del público. A este respecto es cierto que los concursos son un incentivo y que todo artista busca, así sea en el fondo, el reconocimientio del público. Eso no quiere decir que uno escriba, pinte o cante "a causa" o "por" ese reconocimiento, pero lo espera. Una cuota de narcicismo es imprescindible en todo artista: es el deseo de agradar, que yo asocio en mi caso con una inseguridad radical, producto, quizá, de la conciencia de ese don que uno no buscó sino que le cayó del cielo. ¿Por qué yo? ¿Por qué a mí?
No es fácil ser artista, no es fácil amar ni ser amado, no es fácil tener hijos: son tremendas responsabilidades y uno a veces se siente muy pequeño ante la vida y encuentra que la estadística lo ha favorecido milagrosamente. Así es el arte: milagroso. Y, aunque no sea creyente, cito aquel ejemplo de Jesucristo: nadie enciende una lámpara para ponerla debajo de la cama o de la mesa, sino para levantarla bien alto y que ilumine toda la habitación.
M.Cristina Longinotti
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