miércoles, 19 de septiembre de 2007

Juguetes para Leonor

Long-ohni

A muchas cosas dedica sus desvelos la erudita Leonor, sin que falten entre ellas las que entrañan puntos dudosos, susceptibles de originar opiniones contrapuestas. Conmigo, por ejemplo, disputa –muy amable y finamente– sobre la naturaleza del verso alejandrino. Llega, en cuanto a eso, a contar trece sílabas, o bien quince, ahí donde el oído y el vulgar sentido común le indican a mi reconocida ignorancia que son catorce.
El fondo de la cuestión radica en que Leonor considera que el alejandrino es una unidad fónica estricta y no la mera yuxtaposición de dos heptasílabos, tal como surge de la habitual práctica de un siglo a esta parte. Sostiene que el primer hemistiquio debe terminar en palabra llana sin que a su juicio tenga mayor sentido la vieja polémica de si es seguido por una pausa o una cesura, yendo su celo aún más lejos, pues asimismo postula que es legítimo y hasta necesario domesticar las turbulencias de la versificación castellana mediante la observancia de normas consagradas por la poesía antigua en cuanto a pies largos y breves, voluntariosamente asimilados por ella al régimen acentual. Juzga viable eso, según es lógico, sólo en el caso de estructuras unitivas que agrupen un número limitado y parejo de sílabas, tal como ocurre, precisamente, con los hemistiquios del alejandrino.
Siguiendo sus puntuales recetas es que le he tramado los siguientes sonetos franceses, que piden para sí siquiera el mérito de intentar complacerla.
El regreso (alejandrinos de pie yámbico)
Ceñido el tiempo curva ramajes deshojados
y caen en llovizna ojeras y oraciones
al pie de la embozada unción de los gorriones,
errante en un declive de adioses demudados.
Las llamas consumieron estepas y canciones
e hilaron lentamente imágenes como Hados,
en un Oeste ajeno, de sauces incendiados,
de aleves latitudes con besos y visiones.
Un sátiro cautivo en voces de alegría
acude por tus flancos de pétalos astrales
al río sumergido que es río todavía.
Palabras irascibles en alas de zorzales
azuzan el deseo que en vano se escondía
y beben para siempre tus lágrimas frutales.
Acaso añores (alejandrinos de pie anapéstico)
Hiere el sol declinante ya los últimos lagos
que la tarde apacienta para que íntima añores
el raudal de premura, de avidez, de candores,
que dará cumplimiento a presagios aciagos.
Vi el ocaso turquesa acunando rubores,
yéndose en desbandada de ceguera y estragos
frente a lunas modestas y residuos impagos
adheridos al cielo que demora fulgores.
En deslindes canosos, desangrado y sumiso,
rosicler ignorante del tenaz vituperio,
sin un gesto se aleja el amor que no quiso.
Nunca supo mentiras ni tampoco quién eres:
hoy extiende las manos para asir el misterio
mientras dice al olvido que no existes ni mueres.
De nuevo el viaje (alejandrinos de pie trocaico)
Vuelvo a guiar ebriedades en vigilias con astros,
tras un viaje extendido, más allá de los sueños,
entre ausencias que horadan con su voz los desgreños
de harapientos viajeros que son hijos e hijastros.
Otra vez nos desviamos de los rumbos costeños
hacia espumas fugaces y reflejos y rastros
de promesas al viento, de acritud y alabastros,
variedad de fogatas, de rescoldos, de leños.
Duplicada memoria de nudez y demonios
deja atrás nuestra estela que persiguen gaviotas
sobre mares nocturnos de ocultar testimonios.
En cubierta salpican cada tanto unas gotas,
sal dispersa y olores en que yacen quelonios;
y el amor, nuevamente, va a las islas ignotas.
El encuentro (Alejandrinos de pie dactílico)
Sobre la paulatina lápida en que agonizas
caen los sedimentos de ácidos desengaños
mientras se disimulan, lejos, al fin extraños,
cepos en que asolaron cánticos y cenizas.
Numen indescifrable busca entre mis rebaños
labios o decadencias por las que te deslizas
hacia esta pesadumbre de ánfora hallada en trizas,
mínima sepultura de élitros y de antaños.
Crece la madreselva, tibia y trepadora,
junto a los ventanales sucios de añil descuido,
donde se depositan óxidos del ahora.
Vuelve hoy a contemplarte mi corazón perdido:
música indivisible, senda en que aún implora
alguien en soledoso páramo recorrido.
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